La presión estaba en el ambiente, mis compañeros de clase me preguntaban a cada rato con qué disfraz pensaba asistir a la fiesta, pues no querían pasar vergüenza viendo un traje igual al suyo. Entre ellos ya existía un pequeño código de ética, en el cuál respetaban el atuendo del otro, esto significaba que sí uno llevaba el traje de “Superman” y lo anunciaba con anticipación, nadie más se podía aparecer con el traje del “hombre de acero”. A parte de ello, las que confeccionaban los disfraces eran conocidas en el colegio y ya sabían a que estudiante le tocaba uno u otro atuendo, manteniéndolo en exclusividad por escogerlo anticipadamente y claro, por pagar más por el dichoso disfraz. Ellas eran las que más ganaban en ese tiempo. Por esos motivos no me dejaban en paz, con sus preguntas sobre qué máscara iba a llevar. Un día anterior, al parecer en el salón rondaba el misterio del traje que tenía planeado vestir para la fiesta. Eso atrajo mucho a las chicas, que desde pequeñas ya tienen ese instinto de curiosidad. Me trataban de sacar aquella importante información para saciar sus dudas. Por mi parte no le daba mucha importancia y sabía salir airoso de sus insistentes preguntas. La verdad, era que ese misterio también rondaba por mi mente, no sabía ni siquiera si me perdería de la fiesta, en donde los chicos de mi edad podían quedarse hasta altas horas de la noche, luciendo los trajes, pensando por un momento que uno es muy malo y comiendo a más no poder los dulces que nos regalaban los vecinos. Conciente estaba que mis padres ya habían gastado en el traje de “paje” el mes anterior y que iba hacer muy difícil que me den dinero para alquilar un disfraz. Había llegado el gran día, en la salida del colegio, todos quedaron en reunirse en un lugar céntrico para llegar en grupo a la fiesta. Con mi amigo Samuel, resignados paseábamos por las calles angostas del barrio, pues teníamos presente que sin un traje no íbamos a poder entrar en la fiesta del año. Cuando de pronto, ante nosotros estaba Camila, la chica más popular de nuestro salón. Aquella que nunca nos había dirigido la palabra, tan solo para decirnos que le entreguemos nuestro cuaderno para que lo revise la maestra. Nos lo pedía con toda la autoridad que le daba ser la asistente de la profesora. Nosotros nos quedábamos callados, no por tenerle miedo ni por respetar su autoridad, sino que al verla hablar nos fijábamos en sus hermosos ojos celestes, en su cabellera larga, rubia, las mejillas rosaditas y unos labios delgados, eso nos dejaba aturdidos, sin decir alguna cosa que le pueda interesar escuchar. Eso le irritaba tanto, que ni siquiera miraba a mi compañero, pero sabíamos que cuando nos hablaba también se dirigía a él. Miraba a su séquito de amigas que siempre la acompañaban a todos los lugares, se daba media vuelta y les encargaba que resuelvan ese pequeño problema. Claro, esas chicas aprovechando que nosotros estábamos concentrados en la retirada de Camila, nos arranchaban de las manos el susodicho cuaderno y se iban corriendo detrás de su líder. Todos moríamos por estar con ella. Pocos tenían el privilegio de entablar una conversación, de acompañarla a su casa o conocer a su familia, que gozaba de un gran prestigio en el barrio, eran muy respetados por ser educados y amables con las personas. El único que podía decir que era su amigo, era Luis, su vecino y compañero de andanzas. Luis, debía a ello su pequeña fama, se parecía mucho a Camila, compartían carpeta, se prestaban cuadernos, hacían las tareas juntos y trataban a todos con algo de pedantería, eran la pareja perfecta y preferida por todos los profesores del colegio y de la directora. La popularidad de Camila, no solo radicaba en su belleza, sino también en su inteligencia, era una de las mejores estudiantes del plantel y tenía ese estilo que toda persona necesita para triunfar. A su pequeña edad. Creo que me gané la antipatía de ambos desde el momento que me vieron llegar como un bicho raro a su adorado salón de clases. Y más cuando se dieron cuenta que a pesar de no pertenecer a ningún grupo popular, ya que me gustaba andar con los más molestosos e irresponsables del aula, curiosamente con ellos me sentía mejor, pues eran de mi misma clase social y compartíamos muchas cosas en común, además que me trataban de la mejor manera y me hacían reír mucho, en agradecimiento, les prestaba los cuadernos para que copien las tareas, me adapté muy rápido al salón. No podían comprender cómo una persona que sacaba las mismas notas que ellos, podía disfrutar de la compañía de aquellos seres que aborrecían y que trataban de evitar.
Pero esta vez, iba acompañada de una de sus mejores amigas, Paloma. A pesar que la amistad las unía, ellas eran completamente diferentes en el trato a las personas. Camila era más seria y directa, sabía lo que quería y hacia todo lo posible para lograrlo. Paloma era más dulce, sus ojos eran marrones claros al igual que su cabellera que le quedaba a la altura de sus hombros, su cara tenía una forma redonda, en sus mejillas siempre se dibujaba sus pequeños hoyuelos, tenía una mirada tierna. Te daba la suficiente confianza para acercarte y poder decirle las cosas, ella te observaba y te escuchaba con mucha paciencia y con una sonrisa encantadora que la caracterizaba, además era más solidaria con los compañeros. Creo que en el fondo ambas sabían que competían silenciosamente, pero para no enfrentarse, preferían estar juntas. Mi mamá desde que la conoció en el carro alegórico, el día de la primavera, ya que Paloma salió elegida como primera dama de la reina, que fue Camila, le pareció la niña más dulce del mundo. Incluso me llegué a enterar que con su mamá, tenían planeado hacernos novios cuando tuviéramos más edad, esa idea a ambas les fascinaba. Ya ni sabían qué hacer para vernos juntos. Cada vez que mi mamá sabía que tenía una tarea, se comunicaba con la mamá de Paloma, para que vaya a su casa hacer la tarea. No entendía razones cuando le decía que no necesita ir hasta allá para hacer las asignaciones, que podía solo, además ya había quedado con mis amigos, pero ella me decía que tenía que ir, pues Paloma me esperaba. Resignado iba a visitarla. Su mamá me atendía con mucho cariño, me recibían con alegría y entusiasmo. Por eso llegué a conocer mucho Paloma. Debo confesar que en el fondo me encantaba ir, además ambos sabíamos de las intensiones de nuestras madres, aunque evitábamos el tema, nos daba mucha risa lo que hacían. Lo único malo, era que al salir de esa casa, mis amigos me molestaban demasiado con ella. A esa edad uno trata de defenderse de esas acusaciones y bromas pesadas, sin medir sus palabras o provocar daño a la otra persona. Por eso, trataba de no entablar conversación con Paloma en el colegio, para que no me molesten y evitar que ella se sienta incomoda con lo que decían de nosotros. Creo que ella silenciosamente aceptaba ese trato y nunca me lo reprochó.
Ellas venían de probarse el atuendo que iban a utilizar en la noche. Paloma ya sabía que no me iba a encontrar en la fiesta, a pesar que ella y su mamá querían alquilarme un traje de “Batman”, que hacía juego con el de “Gatubela” que alquilaron para Paloma. Por eso se sorprendió al escucharme responderle a Camila, que de todas formas iba a ir a la reunión, pues ya tenía mi disfraz y que para mí era una grata noticia saber que ella quería ir conmigo a la fiesta. Con mi amigo Samuel, no lo podíamos creer, la chica que nos trataba mal por fin nos sonrió y esta vez quería que fuera con ella a la fiesta. Él me molestó en todo el trascurso hacia la casa con ella, y yo me sentía feliz. Me duró poco la felicidad, pues al entrar a mi domicilio, me di cuenta que no tenía cómo ingresar a la fiesta sin ningún disfraz. Samuel quería prestarme su máscara que con mucho esfuerzo logró conseguir, pero le dije que no se preocupara por mí, que le dijera a Camila, que me perdonara por no asistir y esperaba que no se enojara conmigo, como lo hacía cada lunes al pedirme cuadernos.
Cuándo llegué, todos me miraban, no sabían quién era el chico con la cabeza en forma de cono. Lo cuál me hizo pensar que era la mejor máscara de la noche. Busqué por todos lados a Camila, para que supiera que no le había fallado y se alegrara en verme, como se lo había prometido. Sorpresivamente se me atraviesa un “Hombre Araña”. Era mi gran amigo Samuel que me había reconocido por mi reloj que tenía la imagen del escudo de Ferrari y que nadie en el colegio tenía. Inmediatamente le pregunté por mi amada Camila, pues no sabía de qué estaba disfrazada. Me señaló el patio del colegio y me dijo que era la que estaba vestida de “La Mujer Maravilla” y que estaba bien abrazada de “Superman”, que era nuestro querido amigo Luis. Me confirmó Samuel, que ya los habían eligieron como mejor pareja y mejores disfraces. Me sentí fatal en esos momentos, pues ellos eran el centro de atención y se veían tan felices que decidí dar media vuelta y salir del lugar. Un profesor algo asombrado por mi máscara, me atajó en la puerta, impidiéndome salir. Me preguntó dónde lo había comprado. Le respondí sin muchas ganas, que mi papá la hizo. Algo preocupado me dijo, sí sabía en qué personaje se basó mi padre para hacerla. Ni idea, le contesté sin percatarme de su interés. Me mandó otra vez con el grupo de mi salón a formarme, pues ya iban a salir a la calle a pedir golosinas. Después pude comprender el asombro del profesor, pues mi máscara se parecía mucho a las que utilizaban los del “Ku Klux Kan” (KKK), lo que hizo ir al colegio a mi padre, para informarles que era una simple coincidencia, pues él se inspiró en los “Verdugos”, aquellos personajes enmascarados que se encargaban de cumplir las más atroces condenas. Por ese motivo, la popular tela blanca que utilicé ese día, se hizo más famosa de lo que hubiera pensando, todos querían ponérsela, para así fastidiar más a las autoridades del colegio. Pero decidí guardarla cómo una reliquia y porque esa noche que la usé fue muy especial. Hasta el día de hoy la conservo.
Una gran diferencia con lo acostumbrado en Estados Unidos, es que aquí los niños no se la pasan horas tocando cada una de las puertas de las casas que están en el barrio, pierden tiempo o son asustados por los ladridos de algún perro que custodia el hogar. Se dirigen inmediatamente a las tiendas de bazar para pedir los caramelos que cotidianamente venden. Algunos establecimientos se preparan para la ocasión y compran sus bolsas de golosinas para atender la demanda de los chicos y para quedar bien con los vecinos y caseros que mayormente acompañan al grupo para cuidar de los pequeños disfrazados. Pero siempre hay excepciones a la regla, al ver a todo el grupo que se acerca a su cuadra, las señoras de las otras tiendas se apresuraban para cerrar sus comercios y apagar todas sus luces, en señal de que no se encontraban y dejarán de tocar, pues no iban a abrir o atender. En venganza los chicos, después de esa noche, cada vez que pasaban por la tienda, tocaban el timbre y se iban corriendo, haciéndoles recordar su poco sentimiento solidario y su gran avaricia, por no darles gratis los dulces.
La relación después de esa noche con Paloma, no volvió hacer la misma. Ella fue la que se alejó, solo me enteraba de lo que le pasaba por Samuel, que se hizo muy amigo de ella. No olvidaré aquel beso, pues fue el primero que ambos tuvimos, me encantó que sucediera de esa forma tan sorpresiva y con la chica más dulce que conocí. Me pesa no haber reaccionado de otra forma o decir palabra alguna. En el salón las cosas tampoco fueron las mismas. Paloma se alejó del grupo de Camila. Samuel me comentó que discutieron por mi culpa, que ambas chicas se habían fijado en mis cualidades y que Paloma en cierta forma traicionó la confianza que Camila le había depositado. Mi amigo con mucha alegría me dijo que las dos chicas se morían por mí, que tenía el poder de elegir a la chica inalcanzable o a la más dulce. Se quedó sin palabras cuándo le confesé que no podía elegir a ninguna de ellas, pues me había enterado que solamente hasta acabar el año escolar me iba a quedar en el barrio. Mi familia ya había terminado de construir la que sería nuestra casa y otra vez, tenía que pasar por el procedimiento de la mudanza, conocer nuevas personas y adaptarme al nuevo colegio donde iba a estudiar.
Pasaron los meses. Terminé ese año en un honroso e inesperado segundo puesto, la profesora me confesó que si no tuviera tan bajas mis notas en conducta, hubiera sido el mejor del año. Camila se mantuvo en el primer lugar, pero era conciente que le había ganado en los resultados de los exámenes, por esa razón recibió sin mucha alegría el diploma, como en años anteriores. Paloma, para sorpresa de todos, logró el tercer diploma dejando atrás a Luis que se quejó por todos los medios por tal “injusticia”, se fue a su casa llorando, porque sabía que tendría que esperar hasta el próximo año, para que le compren su soñada bicicleta. Nunca más volví a ver a todos reunidos. Camila se me acercó y con una sonrisa me dio la mano, me deseo buena suerte en el otro colegio y que le encantó competir conmigo, a pesar de no ser amigos, le hubiera gustado conocerme y aprender cómo podía sin mucho esfuerzo lograr el cariño de las personas. Le agradecí por sus palabras y le dije que pensaba lo mismo, aunque para mí, siempre fue una persona especial. Años después, ella consiguió lo que se proponía. Al acabar la primaria, viajó a Estados Unidos y ahora tiene un buen puesto de trabajo en una gran empresa, aunque eso le ha costado mantenerse sola, pero no dudo que encuentre una persona ideal para ella. Con Samuel y mis otros amigos mantuvimos un contacto, que con el tiempo se fue diluyendo, pero me llegué a enterar que llegó a estar con Camila, hasta que ella se fue.
Recuerdo que al irme, pasé por la casa de Paloma. Les pedí a mis padres que me dieran tan solo unos minutos para intentar despedirme de ella, pararon el camión y me dejaron ir a su casa. Toqué su puerta de una forma alocada y desesperada, pero nadie llegó abrir. Me senté en la banca a esperar un rato, viendo triste la pileta que estaba en medio de aquella calle. Afligido y sin lograr mi objetivo me di media vuelta y me subí al camión de mudanza. Volví la mirada a su casa, para tratar de recordarla siempre y descubrí que ella me había mirado en todo ese tiempo por la ventana de su cuarto. Noté que estaba llorando y al darse cuenta que la había descubierto me hizo con la mano el gesto de despedida. De ella hasta ahora no tengo mucha información, nunca supe si se mudó o sigue ahí viviendo en la misma casa donde jugábamos de pequeños. Ahora cuando pasó por ese lugar, recuerdo aquellos momentos que siguen presente en mi mente. No puedo creer que aquella chica con la cuál me divertía y la pasaba bien, tenía en su pequeño corazón un sentimiento que era algo más que amistad y del cuál no fui capaz de comprender ni entender. Sin darme cuenta que era lo mejor que me había podido pasar, pues era un sentimiento puro y tierno. Pero estaba cegado por fijarme en la chica más linda y popular, en la que siempre sobresale en todo, en alcanzar algo que es imposible llegar a tenerlo. Siempre en mi vida se ha repetido esta historia, me fijo en la persona menos adecuada, en la que me hace sufrir, en la que me deja queriendo solo, en la que no se merece el amor que le brindo y nunca me doy cuenta, a tiempo, de aquellas personitas que siempre estuvieron a mi lado y que me aceptaron tal cómo soy, sin pedirme nada a cambio, tan solo mi compañía.
Las veces que ocasionalmente he vuelto al barrio, trato de pasar por la casa de Paloma. Observo la banca, la pileta y me fijo de vez en cuando en la ventana de su cuarto. La verdad, es que no sé si la reconocería, no sé si ella se acordará de mí, por que han transcurrido muchos años desde mi partida. Tengo aún la pequeña ilusión que cada día se desvanece de volver a encontrarla para poder despedirme como siempre quise, devolviéndole el cariñoso abrazo, agradeciéndole por su amistad y cariño que me hicieran muy feliz, pero sé perfectamente que es muy difícil, por eso me dio media vuelta y resignado por lo cruel que es el destino, regreso a casa. Ahora cada vez que miro a los niños de diferentes edades pasar por mi lado, enmascarados, con sus disfraces, pidiendo golosinas, riéndose y disfrutando al máximo de su niñez. Mientras voy camino a festejar el “Día de la Canción Criolla”, en un bar por el centro de Lima. Vestido con una camisa a rayas, mis jeans y mis viejas zapatillas. Recuerdo aquél beso que me regalaron, como el dulce más preciado de todos los tiempos, que una persona me ha podido brindar, en esa lejana y añorada noche de Halloween.