viernes, 15 de agosto de 2008

Terremoto en Ica

PISCO 7.9


Es otro día más. El amanecer es hermoso, pero el frío se hace sentir hasta en los huesos. La pequeña carpa que me sirve de morada, ya se está rompiendo de a pocos. A pesar que me ha servido por un buen tiempo, los continuos cambios de clima han hecho deteriorar el material. Aún no me quiero levantar de mi cama, hecha de paja y cubierta de colchas y las típicas frazadas con dibujos de tigre, no puedo conciliar el sueño. Desde que empezó todo, no encuentro esa paz que da el descansar bien. No solo porque perdí a la mayoría de mis seres queridos en aquel terremoto que azotó Pisco y parte del territorio peruano. Destrozando todas las ciudades principales, dejándolas en escombros, y con más de 500 personas muertas y miles de damnificados. El lugar parece como si fuera un campo de guerra, que ha sido bombardeado por los enemigos.
Todas las noches sueño con lo mismo. Ese día en casa, habían llegado mis padres que se disponían ir a misa. Mis hijos los querían mucho, pues ellos los engreían. Descansando con mi esposa, aprovechamos en tomarnos con ellos una botella de Pisco, la bebita que siempre me gustó tomar y para estas ocasiones especiales, brindaba con mis familiares y empezamos a charlar con ellos, sobre algunos proyectos que teníamos pensado, íbamos a poner una tienda en la casa, para que ayude con la situación económica de la familia. Ellos se fueron a misa. Me quedé con mi señora, veíamos televisión y mis hijos jugaban afuera fútbol con sus amigos de barrio. Al caer la noche, se escuchó un ruido intenso, salté de la cama, nos alarmamos, sentíamos los primeros movimientos de tierra. Mis hijos entraron a la casa desesperados, les decía que se calmen, que no iba a durar mucho. Siempre pasaba lo mismo, los temblores en la región era un tema que todos sabíamos manejar, por eso estábamos acostumbrados, algunos eran solo ruido y los otros se sentían pero, no duraban mucho. Pensé que esta vez iba hacer igual, pero pasaban los segundos y no dejaba de temblar la superficie. Salimos con mi familia a la calle, me di cuenta que todas las personas estaban afuera de sus casas. Algunas ni siquiera lo pensaron dos veces, se iban corriendo hacia la plaza que quedaba a dos cuadras, dejando todas las pertenencias que tenían en sus casas. Los niños lloraban aterrorizados. Sus llantos ni si quiera se escuchaban, eran opacados por el escalofriante ruido que producía y acompañaba al sismo. Los ladrillos empezaron a caer, el movimiento no cesaba, todo era un caos. Las casas de adobe no tardaron en desplomarse, no importando si es que había gente que estaba dentro o fuera. Cuando la gente notó que las casas se caían, las lunas se rompían, el suelo se abría, solo atinaban a correr a campo abierto. Lo peor de todo, es que las personas trataban de escapar de ese fenómeno, pero se encontraban con paredes que se derrumbaban a su costado, que les cerraba el paso. Incluso el tumulto que formaban, hacía que ellos mismos se estorbaban, los más débiles caían y eran aplastados por la turba que ni se daba cuenta que los pisoteaban, pues en ese momento solo atinaban a salvar sus propias vidas, no importando cuál era el costo.
El suelo se sacudía cada segundo con mayor intensidad, era dificultoso correr y hasta quedarse en pie. Agarré con todas mis fuerzas a mis dos hijos, no mirando hacia atrás. Solo me importaba llegar a la plaza y seguir a toda la turba que buscaba escapatoria. La sensación era terrible, era como si durara horas el movimiento, no paraba y se hacia una eternidad. Mientras tanto, la humareda que levantaba todo lo que se caía, nublaba la visibilidad, todo era una nube de polvo. Las casas de material noble se venían abajo como piezas de domino, una a una se derrumbaban, trayendo consigo todo lo que se encontraba a su alrededor, los postes de energía eléctrica y sobre todo los ladrillos que se convertían en proyectiles fatales. A mi paso, solo veía muchos obstáculos, incluso había personas sepultadas por paredes enteras. Cabezas, brazos, piernas, se confundían con todo lo que se desmoronaba de las casas, creando así muchos montículos de material noble y arena. Por ahí tenía que pasar para salvar la vida de mis hijos, que no dejaban de llorar y gritar al ver tal espectáculo tan horrendo. En esos momentos sentí que algo me cayó en mi brazo, no me importó el dolor. Ahí recién sentí lo que el ser humano es capaz de hacer siguiendo su instinto de sobrevivencia, además si decaía, mis hijos perdían las esperanzas de salvarse.
Cuando logré escapar de las calles estrechas del barrio, que se convirtieron en una trampa para muchos que no lograron salir, recién pude respirar. Ya había parado el terremoto. Las personas estaban muy asustadas en la plaza, algunos entraban en pánico. Miré a mis dos hijos, dejaron de llorar, a pesar que estaban cubiertos de polvo, creo que los impactó ver tanta gente reunida en aquella plaza, donde tantas tardes jugaron con sus amigos. Felizmente, no les había caído nada, salieron ilesos. En esos momentos, miré hacia atrás. No estaba ella. El más pequeño de mis hijos, también se había dado cuenta de que faltaba su mamá y me preguntó por ella. Le dije que estaba detrás de nosotros, que no sabía por qué tardaba tanto. Se puso a llorar. No sabía qué decirle, por primera vez no tenía palabras para consolarlo en esos momentos. Su hermano mayor, lo abrazó, le dijo, no te preocupes, papá irá a buscarla, él la encontrará, cálmate. Cuando ambos me miraron, me di cuenta que debía volver. Busqué entre la multitud a una persona conocida, encontré a mi vecina, ella también buscaba a sus seres queridos. Los dejé con ella y le pedí que no se movieran de aquel lugar. Corrí lo más rápido que pude. Con mucho miedo, regresé por el mismo sitio, del cual había salido con mucha suerte. Las personas que salían de ahí trataban de detenerme, sabían que todo estaba perdido, pero me escapaba de sus intentos, algunos me decían que estaba demente, que por hacerme el valiente iba a encontrar la muerte. No me interesó nada. Con mucha dificultad saltaba los escombros, gritando el nombre de mi esposa. Cada vez que avanzaba, descansaba para respirar profundo y agarrar ánimos para seguir hasta el lugar donde se suponía que estaba mi casa. La llamaba. Me contestaban personas que me pedía auxilio. No podía respirar bien, las fuerzas se me iban, pero seguía porque no reconocía la voz de mi señora. Llegando a la casa, de la cual solo seguía en pie un pequeño cuarto, el de los niños, traté de gritar su nombre, pero ya ni voz me quedaba en ese instante, pero al parecer ella sí me escuchó y me respondió algo fatigada, casi inconciente. Estaba entre los escombros, encima tenía un grueso tronco de madera, que coloqué artesanalmente para hacer más resistente mi techo. Cómo pudo haber resistido a tal impacto, pensaba, hasta ahora me sorprendo, pero siempre supe que ella era una mujer fuerte. Me dijo que no trate de rescatarla, que vaya con los niños, pues eran lo que más le importaba. Me rehusé a dejarla ahí sola y pedí con desesperación que alguien me ayude. Le dije que no desperdicie aliento, que de esto se iba a salvar. Me hizo prometerle que pase lo que pase, cuide como un tesoro a nuestros hijos, como si ella misma los cuidara, que nunca viviera por ellos, que los apoyara en todo y que vele por su bienestar, ella sabía que eran mi adoración, pues nos iba a cuidar desde el cielo. No supe que decirle en eso momentos. Solo atiné a buscar la forma cómo sacarla de ahí. Cuando de pronto, sentí otro ruido, empezó otra vez a temblar la tierra, con la misma intensidad, me caí al suelo, miré hacia donde estaba mi esposa, nunca olvidaré esa escena. A parte de caer los otros troncos de madera del techo, cayó sobre ella la pared de ladrillos que la había salvado hace pocos minutos. Al derrumbarse lo que quedaba de mi casa, vino hacia mí, todo el polvo que había levantado la pared y el techo al caer, empañando mi visión, ahogándome en un grito de desesperación que produje.

La botella de Pisco 7.9, que se pretendió dar a los extranjeros que vinieron a ayudar, creo mucha polémica su creación.


Pensé en quedarme ahí y esperar la muerte, la tierra no dejaba de temblar, parecía una réplica de la anterior, escuchaba hasta los gritos de las personas que estaban en la plaza. No podía creer que había perdido a mi esposa, a pesar que grité su nombre, ya no volví a recibir nunca más una respuesta de ella. Creo que esos gritos, sirvieron para que vengan a salvarme, porque se dieron cuenta de mi presencia en el lugar. Como notaron que podía caminar, me agarrón con fuerza y me sacaron. Llegando a la plaza, con todos los malestares en mi cuerpo y sin ganas de nada, llorando como nunca lo había hecho en mi vida. Se produjo el tercer movimiento en el terreno. La gente se arrodillaba, empezaba a orar, pedían perdón y suplicaban que parase todo este castigo que estaban afrontando. Otros lloraban al no encontrar a sus familiares. Los niños gritaban y sollozaban a más no poder. Recién al ver la cara de desesperación de los pequeños, me acordé de las palabras de mi mujer y corrí en la búsqueda de mis nenes. Para mi suerte, no se habían desplazado del lugar, a pesar que la vecina con las que los dejé, había desaparecido, me dijeron que le agarró el pánico y prefirió dejarlos sin mediar palabra alguna. Ellos solo atinaron a abrazarse y rogar para que los encontrara. Al parecer ambos eran concientes de mi estado calamitoso que llevaba encima, me vieron las huellas que dejaron mis lágrimas. Creo que por eso, no volvieron a preguntar por su mamá. Solo en el entierro, preguntaron si ella los había recordado, les dije sí, ella estará siempre con Uds. cuidándolos. Ambos me demostraron el temple y la personalidad que llevaron consigo, ante tal delicada situación, me sentí muy orgulloso de ellos, pues fueron mi fortaleza en esos momentos.
Pasamos la noche aguantando las demás replicas que se dieron ese día y que continuaron por casi todo un mes. Nadie sabía lo que pasaba, se recuperaban, tomaban fuerzas para rescatar personas, pero venía otro movimiento telúrico a atemorizándolos hasta dejar lo que estaban haciendo, porque sus vidas también corrían riesgo. Incluso ya habían perdido las esperanzas de volver a ver a sus familiares que no lograron escapar de las casas totalmente destruidas. Lo mismo pensé cuando noté que la iglesia estaba derrumbada, solo quedaron en pie las dos torres que tenía a cada lado. Supe en esos momentos, que tampoco vería con vida a mis padres y que solo me quedaba con mis dos pequeños y adorados hijos.
Los días siguientes a la tragedia, fueron muy duros para toda la población. La tarea principal era la de recuperar los cuerpos inertes de los escombros. Se pedía mucha ayuda, nos sentíamos solos en esa labor, las maquinarias pesadas que el gobierno prometió, llegaron a la semana. La ayuda internacional fue la que reaccionó mejor. En esos momentos todos se dieron cuenta que el Perú no estaba preparado para afrontar ésta catástrofe y quedaron en ridículo muchas autoridades pues no supieron cómo solucionar las cosas. Todo era un caos, la gente no tenía los principales productos para su supervivencia. Todo escaseaba, las tiendas al ver que había mucha demanda, vendían los productos al doble costo. Lo mismo sucedía con el agua. Era lamentable ver, cómo las mismas personas se aprovechaban de la necesidad de las personas. No tenía otra opción que comprar cosas sobrevaluadas para poder darles de comer a mis hijos. Lo peor fue, que empezaron a venir varias personas de otras provincias, que aprovechaban la oscuridad de las calles y de la noche, ya que ni teníamos electricidad, a robar y saquear las casas que seguían en pie. Toda la población se encontraba viviendo en carpas que se levantaron en las plazas, formando así, pequeñas aldeas y ni tiempo tenían para revisar que pertenencias habían resistido al sismo. Estos cobardes no les importaba nada, reunidos en grupos de más de 20 personas, arrasaban con todo lo que veían que tenía valor. La policía no podía contener a los asaltantes. Con los vecinos tuvimos que organizarnos y hacer rondas para proteger nuestro barrio de saqueos. Por este motivo y con temor, varias de las personas volvieron a sus derrumbadas viviendas a tratar de arreglarlas un poco y poder vivir, pero al irse de la plaza, no llegaban a tiempo a las reparticiones de víveres que hacían las diferentes organizaciones. La viveza hacia que hasta se hiciera doble cola para así acaparar productos y poder venderlos. Hubo mucha desorganización, caos y descontrol. La ayuda llegaba pero no era suficiente.
Ahora, me doy ánimos para ir como todos los días al cementerio que, desde ese día aumentó su población, dejando copados casi todos los nichos que estaban disponibles, para arreglar la tumba dónde se encuentra mi mujer y las de al costado, en donde se encuentran mis padres. Siempre recuerdo con cariño las vivencias compartidas que pasamos juntos, incluso con mis propias manos, he construido una pequeña capilla con sus respectivas fotos y en donde he puesto diversas imágenes de santos católicos, para que siempre los acompañen en sus eternos descansos. Lo que me extraña y me causa indignación, es que otra vez, como hace un año, están viniendo los políticos de siempre, a tomarse sus fotos respectivas e irse a sus escaños de oro que tienen en el gobierno. Nos prometieron de todo, hasta un bono para construir nuestras viviendas, eso me alegró mucho, hice todos los trámites hasta me entregaron una tarjeta Visa, para cobrar el dicho dinero, cuando llegó al banco con todas las ilusiones a cuestas, pues un día anterior había planeado cómo reconstruir mi casa. Me dicen que no tenía fondos mi cuenta. Reclamé, pero fue en vano, lo mismo le pasaba a la mayoría de personas. Los que llegaban a cobrar algo, les imponían como condición comprar en una sola ferretería, de la cuál, subía al triple los precios de sus productos, con ello, no se podía arreglar nada, la plata era insuficiente. Se creo un ente para planificar las cosas y dirigir los fondos que tenía el Estado para gastar, FORSUR desde el comienzo, no llegó a funcionar nada, el peor error era tener una oficina en Lima, ni siquiera sabían qué necesitábamos. Los periodistas colaboraron en informar y fiscalizar todo lo que pasaba, pues venía ropa que la gente, no solo del Perú, sino de otros países. Se donaban casacas, carpas, etc. Pero cuando esa ayuda se repartía, encontrábamos ropa mal oliente, rota, con hongos, zapatos con huecos en la suela, en otras palabras, inservible e inutilizable. La prensa descubrió que los encargados de los municipios que repartían la ropa, se la llevaban a sus propias casas, para después venderlas al mejor postor, todo era un desastre. Incluso los ómnibus que tenían como destino nuestra ciudad, subieron el precio de sus pasajes, según ellos, porque había mucha demanda. Todos los que tenían familiares aquí, querían saber si aún estaban vivos. Esto causo mucho malestar en la población.
Cuando ya no era de interés nacional lo que nos había pasado, la prensa dejó de venir a apoyarnos, abandonaron la ciudad y esto se quedó desprotegido para que los corruptos hicieran su agosto, con las personas que más necesitaban. Es penoso notar, que los que más ayudaron fueron las personas de otros países, ellos sí se pusieron la mano al hombro y apoyaron mucho en la reconstrucción de las viviendas, pero, claro, no podían quedarse siempre por aquí. Tanto era la desesperación de las personas por tener algo que llevarse a la boca y sobrevivir un día más, que los más pequeños se vieron en la necesidad de ir a pedir limosna a los pasajeros de los buses que venían repletos de gente o que pasaban por las carreteras a otros lugares del sur. Se ingeniaron en acoplar a un palo de escoba un pequeño bolso, para así poder llegar a las altas ventanas de los ómnibus para recaudar plata. Claro, no tardó en hacerse una mafia que tomó la carretera para seguir dando lástima. A pesar de ello, las personas colaboraban. Mis hijos también tuvieron que estar en las carreteras, siempre traían algo de plata y hubo días en que ganaban más que mi trabajo de albañil. Eso no les gustó a los familiares de mi difunta señora, presionándome a dejarlos ir a residir con ellos, ya que allá tendrían un mejor futuro y podían olvidar todo lo que vivieron.
Me costó alejarme de ellos tan repentinamente, me despojaron de los únicos dos seres que me alumbraban la mañana y que me daban las fuerzas necesarias para no dejarme caer, otra vez. Aunque han venido a visitarme un par de veces, no ha cambiado en nada sus sentimientos hacia mi persona. No me miran con resentimiento, son unos chicos estupendos y sé que les ha hecho bien ir a Lima, para tratar de estar bien. Cuando me dicen te extraño mucho, se me rompe el corazón, se me hace difícil respirar normal, pero aguanto las lágrimas, para que no se den cuenta que cada día los añoro más. Me dicen siempre que vaya con ellos a Lima, les digo que no puedo, porque mi destino es quedarme aquí, defendiendo el terreno y la casa que levantaron mis padres, que ahora me toca a mí levantarla. Me miran con orgullo, es ahí cuando aprovecho en decirles, que en diciembre, cuando vengan para navidad, ya habré edificado al menos un cuarto, para que ellos se queden a jugar como siempre futbol con sus amigos. Con esa ilusión encima, vuelven a Lima contentos, pero con la esperanza de que algún día, su viejo padre pueda hacer su casa y vivir por fin con él, como antes lo hacían felices. Esos pequeños hacen cosas imposibles en mí, pues cuando ellos están, dejo mi botella diaria de Pisco y me olvido que me he convertido en su inseparable amigo.