martes, 1 de mayo de 2012

Estarás en mi corazón y en mis recuerdos.

Hasta Siempre… Querida Vicky!!!




Cómo no recordar tu hablar fuerte en medio de este pasmoso silencio que cubre esta habitación. Fuiste la compañera ideal de mi madre para cuidarnos cuándo aún no podíamos caminar. Desde mis más lejanos recuerdos, aparece tu rostro y el de mi abuela sentados en la mesa alentándome para apagar una simple velita que coronaba el pye de manzana, aquél que no podía faltar en mi cumpleaños. Eran las únicas asistentes, año tras años, nunca faltaron, ni cuando estuvieron enfermas.

Cómo olvidar, cuándo me resondrabas, desde lejos tu voz resonaba en mis oídos y hacían detener todos mis movimientos, porque sabía que algo estaba haciendo mal, cuándo ya estabas cerca y temía lo peor, con tan solo esbozar una sonrisa te reías y me dejabas correr hacia las faldas de mi madre. Con ese “Carajo” característico, ponías por terminado el tema. A pesar de lo renegona que eras, conmigo te calmabas.

Fueron pasando los años y no dejabas de visitarnos, más aún, porque ya vivías cerca. Las navidades y los años nuevos, en mi casa no se podían empezarlos sin tu presencia y la de mis abuelos. Todo iba bien por esos años.

Hasta que mi abuela se enfermó, con mamá batallaron duro para atenderla, cuidándola día y noche. Fue duro cuándo la perdimos, no sé de dónde sacaron las fuerzas suficientes para hacer todo el engorroso trámite de los funerales. Cada una encontró el apoyo mutuo y fraterno. No dejabas de visitar el nicho dónde se encontraban los restos de mi abuela, hasta me decías que deseabas estar con ella, porque la extrañabas demasiado. Y cómo no tener ese sentimiento, si nunca te separaste de ella.

Desde ese día, venías con mucha más frecuencia a la casa. Creo que la veías a mamá como si hubiera tomado la posta de mi abuela. Le pedías consejos, la llamabas hasta para que te recuerde qué pastilla tomar. Y me decías, “desde hoy tengo que cuidar a tu mamá”.  

Cuándo llegabas, según tú, conversabas despacio con mamá, siempre con una lisura de por medio, todo eso escuchaba desde mi cuarto a pesar que estaba dormido, me hacías despertar mejor que cualquier alarma que he tenido. Mamá te resondraba y tú respondías: “Ya es hora que se despierte, Carajo” y te reías.  

Lamentablemente, en el camino de la vida, te encontraste con el maldito cáncer. Que solo se podía tratar, no tenía cura. La enfermedad se volvió más dura, cada día que pasaba. Te admiraba por la fortaleza que tenías, sé que aguantaste dolores extremos que no te dejaban ni siquiera dormir.

Hoy te debo confesar que tenía mucho miedo de verte mal, pues no iba a resistir, soy débil de sentimientos y temía quebrarme delante de ti. No quería que te dieras cuenta que en mis pensamientos rondaba la idea de que ésa era la última vez que conversáramos. Según las noticias que tenía de tu estado de salud era que estabas grave. Pero ese día, a pesar de tu aspecto, siempre estuviste consciente, bromeamos,  alegre de verme. Ahora siento que me estabas esperando, con todos los ánimos revitalizados.

Al despedirme te dije que te amaba mucho, que eras como mi segunda madre, te di un beso en la frente. Al estar en el umbral de tu puerta voltee y me miraste sonriéndome. Ese instante en estos momentos de dolor, pasan como una película repetida por mis pensamientos.   

Fue duro saber que haz partido hacia esa luz blanca para reencontrarte con mi abuelita. Cómo no llorar con esta noticia, me contengo por hacerme el fuerte, pero soy débil.  
Es difícil entrar ahora a tu casa y ver aquél ataúd donde reposa tu cuerpo, ya sin dolor.

Cuando el dolor te era insoportable, querías que todo lo que estabas pasando fuera un sueño, un mal sueño, una gran pesadilla, y que al despertar todo seguía normal, para poder caminar, poder ir a mi casa, hacer de tu vida lo que estabas acostumbrada hacer, pero todas esas ilusiones se derrumbaban cuando comprobabas la amarga realidad. Mi mayor consuelo es que ahora ya pasó el dolor, que dónde sea que te encuentres despertarás y comprobarás que en realidad todo fue una pesadilla y que ya no hay nada más que temer.

Ahora también podrás sentarte a festejar, no solo el cumpleaños de mamá, como te imaginaste la última vez, sino de todos los que te quisimos. Pero quiero que sapas que nos hará falta tu presencia, ya no será igual celebrarlos sin ti, ni las navidades, ni los años nuevos, todo será distinto.

Sin tu presencia en tu casa, ya no me siento cómodo. Por eso te miro desde afuera, recordando todos estos momentos juntos. Lo que nos diste y supiste dar. Gracias por tanto amor, por cuidarnos y protegernos. Por ser nuestra segunda madre querida. Hasta luego, tía Vicky… siempre te llevaré en mi corazón y en mis recuerdos.