jueves, 30 de octubre de 2008

Pequeñas cosas que importan

Una Noche de Halloween



Creo que la única vez que festejé el día de las brujas fue cuando cursaba el tercer grado de primaria. Venía de una gran unidad escolar estatal y a pesar de que no era un colegio religioso, se regían mucho de las costumbres católicas que dictaba la iglesia, ahí solo se hablaba del día de todos los santos o de la canción criolla. Por supuesto, uno a esa edad no le toma importancia a esos acontecimientos. En este caso, al mudarme de domicilio, estudié en un colegio particular, que festejaba todas las fechas de color rojo que había en el calendario y los días que ellos creían convenientes, como la semana de la fundación del colegio. Eran mucho más proactivos a las celebraciones y claro, se preparaban con mucha anticipación, pidiendo una cuota extra para que no faltara nada en sus actividades. La mala suerte la tenían mis padres y sus billeteras, porque a esa edad, casi siempre me llegaban a escoger como el “paje” de la reina de la primavera, lo que provocaba alquilar todo tipo de cosas relacionadas con el advenimiento de la primavera, el traje, hasta el carro alegórico en el que nos paseaban por todas las calles aledañas al colegio, para que vean y sepan los vecinos, lo tierno que se nos veía vestidos de esa forma. En el día de las brujas, cambiaban drásticamente los adornos de flores, soles y demás artilugios, para adornar los pasillos, las escaleras, las aulas completas de calabazas, brujas, telarañas y otras figuras que hacían referencia a la celebración de Halloween. No podía pasar desapercibida esa fecha y es más, todos en esa época no dejaban de hablar de la fiesta que el colegio organizaba para celebrar tan magno evento.
La presión estaba en el ambiente, mis compañeros de clase me preguntaban a cada rato con qué disfraz pensaba asistir a la fiesta, pues no querían pasar vergüenza viendo un traje igual al suyo. Entre ellos ya existía un pequeño código de ética, en el cuál respetaban el atuendo del otro, esto significaba que sí uno llevaba el traje de “Superman” y lo anunciaba con anticipación, nadie más se podía aparecer con el traje del “hombre de acero”. A parte de ello, las que confeccionaban los disfraces eran conocidas en el colegio y ya sabían a que estudiante le tocaba uno u otro atuendo, manteniéndolo en exclusividad por escogerlo anticipadamente y claro, por pagar más por el dichoso disfraz. Ellas eran las que más ganaban en ese tiempo. Por esos motivos no me dejaban en paz, con sus preguntas sobre qué máscara iba a llevar. Un día anterior, al parecer en el salón rondaba el misterio del traje que tenía planeado vestir para la fiesta. Eso atrajo mucho a las chicas, que desde pequeñas ya tienen ese instinto de curiosidad. Me trataban de sacar aquella importante información para saciar sus dudas. Por mi parte no le daba mucha importancia y sabía salir airoso de sus insistentes preguntas. La verdad, era que ese misterio también rondaba por mi mente, no sabía ni siquiera si me perdería de la fiesta, en donde los chicos de mi edad podían quedarse hasta altas horas de la noche, luciendo los trajes, pensando por un momento que uno es muy malo y comiendo a más no poder los dulces que nos regalaban los vecinos. Conciente estaba que mis padres ya habían gastado en el traje de “paje” el mes anterior y que iba hacer muy difícil que me den dinero para alquilar un disfraz. Había llegado el gran día, en la salida del colegio, todos quedaron en reunirse en un lugar céntrico para llegar en grupo a la fiesta. Con mi amigo Samuel, resignados paseábamos por las calles angostas del barrio, pues teníamos presente que sin un traje no íbamos a poder entrar en la fiesta del año. Cuando de pronto, ante nosotros estaba Camila, la chica más popular de nuestro salón. Aquella que nunca nos había dirigido la palabra, tan solo para decirnos que le entreguemos nuestro cuaderno para que lo revise la maestra. Nos lo pedía con toda la autoridad que le daba ser la asistente de la profesora. Nosotros nos quedábamos callados, no por tenerle miedo ni por respetar su autoridad, sino que al verla hablar nos fijábamos en sus hermosos ojos celestes, en su cabellera larga, rubia, las mejillas rosaditas y unos labios delgados, eso nos dejaba aturdidos, sin decir alguna cosa que le pueda interesar escuchar. Eso le irritaba tanto, que ni siquiera miraba a mi compañero, pero sabíamos que cuando nos hablaba también se dirigía a él. Miraba a su séquito de amigas que siempre la acompañaban a todos los lugares, se daba media vuelta y les encargaba que resuelvan ese pequeño problema. Claro, esas chicas aprovechando que nosotros estábamos concentrados en la retirada de Camila, nos arranchaban de las manos el susodicho cuaderno y se iban corriendo detrás de su líder. Todos moríamos por estar con ella. Pocos tenían el privilegio de entablar una conversación, de acompañarla a su casa o conocer a su familia, que gozaba de un gran prestigio en el barrio, eran muy respetados por ser educados y amables con las personas. El único que podía decir que era su amigo, era Luis, su vecino y compañero de andanzas. Luis, debía a ello su pequeña fama, se parecía mucho a Camila, compartían carpeta, se prestaban cuadernos, hacían las tareas juntos y trataban a todos con algo de pedantería, eran la pareja perfecta y preferida por todos los profesores del colegio y de la directora. La popularidad de Camila, no solo radicaba en su belleza, sino también en su inteligencia, era una de las mejores estudiantes del plantel y tenía ese estilo que toda persona necesita para triunfar. A su pequeña edad. Creo que me gané la antipatía de ambos desde el momento que me vieron llegar como un bicho raro a su adorado salón de clases. Y más cuando se dieron cuenta que a pesar de no pertenecer a ningún grupo popular, ya que me gustaba andar con los más molestosos e irresponsables del aula, curiosamente con ellos me sentía mejor, pues eran de mi misma clase social y compartíamos muchas cosas en común, además que me trataban de la mejor manera y me hacían reír mucho, en agradecimiento, les prestaba los cuadernos para que copien las tareas, me adapté muy rápido al salón. No podían comprender cómo una persona que sacaba las mismas notas que ellos, podía disfrutar de la compañía de aquellos seres que aborrecían y que trataban de evitar.

Pero esta vez, iba acompañada de una de sus mejores amigas, Paloma. A pesar que la amistad las unía, ellas eran completamente diferentes en el trato a las personas. Camila era más seria y directa, sabía lo que quería y hacia todo lo posible para lograrlo. Paloma era más dulce, sus ojos eran marrones claros al igual que su cabellera que le quedaba a la altura de sus hombros, su cara tenía una forma redonda, en sus mejillas siempre se dibujaba sus pequeños hoyuelos, tenía una mirada tierna. Te daba la suficiente confianza para acercarte y poder decirle las cosas, ella te observaba y te escuchaba con mucha paciencia y con una sonrisa encantadora que la caracterizaba, además era más solidaria con los compañeros. Creo que en el fondo ambas sabían que competían silenciosamente, pero para no enfrentarse, preferían estar juntas. Mi mamá desde que la conoció en el carro alegórico, el día de la primavera, ya que Paloma salió elegida como primera dama de la reina, que fue Camila, le pareció la niña más dulce del mundo. Incluso me llegué a enterar que con su mamá, tenían planeado hacernos novios cuando tuviéramos más edad, esa idea a ambas les fascinaba. Ya ni sabían qué hacer para vernos juntos. Cada vez que mi mamá sabía que tenía una tarea, se comunicaba con la mamá de Paloma, para que vaya a su casa hacer la tarea. No entendía razones cuando le decía que no necesita ir hasta allá para hacer las asignaciones, que podía solo, además ya había quedado con mis amigos, pero ella me decía que tenía que ir, pues Paloma me esperaba. Resignado iba a visitarla. Su mamá me atendía con mucho cariño, me recibían con alegría y entusiasmo. Por eso llegué a conocer mucho Paloma. Debo confesar que en el fondo me encantaba ir, además ambos sabíamos de las intensiones de nuestras madres, aunque evitábamos el tema, nos daba mucha risa lo que hacían. Lo único malo, era que al salir de esa casa, mis amigos me molestaban demasiado con ella. A esa edad uno trata de defenderse de esas acusaciones y bromas pesadas, sin medir sus palabras o provocar daño a la otra persona. Por eso, trataba de no entablar conversación con Paloma en el colegio, para que no me molesten y evitar que ella se sienta incomoda con lo que decían de nosotros. Creo que ella silenciosamente aceptaba ese trato y nunca me lo reprochó.
Ellas venían de probarse el atuendo que iban a utilizar en la noche. Paloma ya sabía que no me iba a encontrar en la fiesta, a pesar que ella y su mamá querían alquilarme un traje de “Batman”, que hacía juego con el de “Gatubela” que alquilaron para Paloma. Por eso se sorprendió al escucharme responderle a Camila, que de todas formas iba a ir a la reunión, pues ya tenía mi disfraz y que para mí era una grata noticia saber que ella quería ir conmigo a la fiesta. Con mi amigo Samuel, no lo podíamos creer, la chica que nos trataba mal por fin nos sonrió y esta vez quería que fuera con ella a la fiesta. Él me molestó en todo el trascurso hacia la casa con ella, y yo me sentía feliz. Me duró poco la felicidad, pues al entrar a mi domicilio, me di cuenta que no tenía cómo ingresar a la fiesta sin ningún disfraz. Samuel quería prestarme su máscara que con mucho esfuerzo logró conseguir, pero le dije que no se preocupara por mí, que le dijera a Camila, que me perdonara por no asistir y esperaba que no se enojara conmigo, como lo hacía cada lunes al pedirme cuadernos.


Mientras más se acercaba la hora de la reunión, me sentía mucho más triste. No había dicho nada en mi casa para que no se preocuparan, pero no podía ocultar lo que me sucedía. Pensaba mucho en Camila, en esos momentos, quería estar con aquella chica tan especial. Me gustaba no lo podía negar. Incluso me sentía el hombre más feliz del mundo cuando me eligieron ser su “paje” y gustoso estaba a su lado todo el tiempo, tomándome fotos, sonriendo a las personas que nos decían que linda pareja hacíamos. Deduje que si me había tratado bien, era porque en realidad quería entablar una amistad conmigo, eso me ilusiono mucho. Al parecer mi papá se dio cuenta que me sucedía algo. Apagó la televisión y me abrazó al ver que lloraba. Le conté todo, y en forma de reclamo me dijo que le hubiera dicho para alquilarme un disfraz, que él no sabía nada, que no me tenía que preocupar nunca por el dinero, que esa no era mi función en la casa, solo estudiar y que siempre hará de todo para hacerme feliz y no verme llorar. Me dio ánimos y me mandó a vestirme y lavarme la cara para que nadie notara mi tristeza, pues tenía que estar en esa fiesta. Lo quedé mirando asombrado porque sabía que algo planeaba. Mi padre siempre fue muy ingenioso al hacer las cosas, con tan solo ver cómo se hacían, él aprendía y con su estilo lo hacía, hasta ahora lamento mucho no haber sacado ni un poco de su ingenio y de su practicidad para arreglar los problemas. Agarró una manta de color blanco y cosiéndola por los lados, la transformó en un cono. Me lo probó en la cabeza, me quedaba algo grande, pero no importaba, luego hizo unos apuntes con un lapicero, dando forma a los ojos y nariz, para después cortar la tela. Me dijo, listo. Ya tienes tu máscara, que será tu disfraz. Ahora anda corre que se te va hacer tarde. Fue tanta mi emoción y mi prisa, que no le pregunté qué significaba esa máscara de tela y por qué tenía forma de cono, solo le di un beso y lo abracé fuerte, pues por su sutileza y sin gastar algún dinero extra, podía ir a la fiesta que tanto quería.
Cuándo llegué, todos me miraban, no sabían quién era el chico con la cabeza en forma de cono. Lo cuál me hizo pensar que era la mejor máscara de la noche. Busqué por todos lados a Camila, para que supiera que no le había fallado y se alegrara en verme, como se lo había prometido. Sorpresivamente se me atraviesa un “Hombre Araña”. Era mi gran amigo Samuel que me había reconocido por mi reloj que tenía la imagen del escudo de Ferrari y que nadie en el colegio tenía. Inmediatamente le pregunté por mi amada Camila, pues no sabía de qué estaba disfrazada. Me señaló el patio del colegio y me dijo que era la que estaba vestida de “La Mujer Maravilla” y que estaba bien abrazada de “Superman”, que era nuestro querido amigo Luis. Me confirmó Samuel, que ya los habían eligieron como mejor pareja y mejores disfraces. Me sentí fatal en esos momentos, pues ellos eran el centro de atención y se veían tan felices que decidí dar media vuelta y salir del lugar. Un profesor algo asombrado por mi máscara, me atajó en la puerta, impidiéndome salir. Me preguntó dónde lo había comprado. Le respondí sin muchas ganas, que mi papá la hizo. Algo preocupado me dijo, sí sabía en qué personaje se basó mi padre para hacerla. Ni idea, le contesté sin percatarme de su interés. Me mandó otra vez con el grupo de mi salón a formarme, pues ya iban a salir a la calle a pedir golosinas. Después pude comprender el asombro del profesor, pues mi máscara se parecía mucho a las que utilizaban los del “Ku Klux Kan” (KKK), lo que hizo ir al colegio a mi padre, para informarles que era una simple coincidencia, pues él se inspiró en los “Verdugos”, aquellos personajes enmascarados que se encargaban de cumplir las más atroces condenas. Por ese motivo, la popular tela blanca que utilicé ese día, se hizo más famosa de lo que hubiera pensando, todos querían ponérsela, para así fastidiar más a las autoridades del colegio. Pero decidí guardarla cómo una reliquia y porque esa noche que la usé fue muy especial. Hasta el día de hoy la conservo.
Una gran diferencia con lo acostumbrado en Estados Unidos, es que aquí los niños no se la pasan horas tocando cada una de las puertas de las casas que están en el barrio, pierden tiempo o son asustados por los ladridos de algún perro que custodia el hogar. Se dirigen inmediatamente a las tiendas de bazar para pedir los caramelos que cotidianamente venden. Algunos establecimientos se preparan para la ocasión y compran sus bolsas de golosinas para atender la demanda de los chicos y para quedar bien con los vecinos y caseros que mayormente acompañan al grupo para cuidar de los pequeños disfrazados. Pero siempre hay excepciones a la regla, al ver a todo el grupo que se acerca a su cuadra, las señoras de las otras tiendas se apresuraban para cerrar sus comercios y apagar todas sus luces, en señal de que no se encontraban y dejarán de tocar, pues no iban a abrir o atender. En venganza los chicos, después de esa noche, cada vez que pasaban por la tienda, tocaban el timbre y se iban corriendo, haciéndoles recordar su poco sentimiento solidario y su gran avaricia, por no darles gratis los dulces.



Fue bueno para mí volver al grupo, donde estaban mis amigos. Se me pasó la tristeza, me hicieron olvidar todo, pues teníamos una misión, dejar sin golosinas a los demás. Teníamos un plan, como era de esperar, lo primero fue, romper las reglas. Nos alejamos de todos y partimos a la calle por nuestro propio medio. Así pudimos llegar primero a las tiendas, que generosamente nos atendía y nos daban sus dulces, no nos llevó mucho tiempo en correr por todos los comercios abiertos a esas horas. Volvimos al colegio para poder saborear nuestro motín y reírnos de las sobras que habían conseguido los demás. Hasta nos burlamos del grupo de Camila, que llegaron sin nada. Claro, a ella y Luis tampoco no les habían dado nada, pero ellos nunca perdían, por eso a cada tienda que iban, les compraban no los caramelos, sino las galletas o chocolates anticipadamente, para que todos crean que a ellos los trataban de una forma especial. En esos instantes, me reconoció Paloma, raudamente se me acercó, me alzó un poco la máscara hasta ver mis labios y los unió con los suyos, no le importó que mis amigos o todas las personas que se encontraban en el colegio nos observaran. Me sentí igual que “El Hombre Araña”, cuando Mary Jean le da un beso, sin saber que es Peter Parker. Después me abrazó fuertemente y me dijo que pensó no verme esa noche, pero que le alegraba mucho saber que estuviera aquí. Me quedé helado, no imaginé nunca que Paloma me besara en aquel lugar y delante de todos, justo que tenía la máscara, sino todos iban a ver mi cara toda colorada. Me miró a los ojos, sonriente, antes de irse y dejarme solo en medio de todos, me dijo: “De qué te preocupas, si estamos disfrazados y nadie nos reconocerá”. Reaccioné cuando Samuel me pidió la mascara prestada para el próximo año, para ver si él tenía la misma suerte.
La relación después de esa noche con Paloma, no volvió hacer la misma. Ella fue la que se alejó, solo me enteraba de lo que le pasaba por Samuel, que se hizo muy amigo de ella. No olvidaré aquel beso, pues fue el primero que ambos tuvimos, me encantó que sucediera de esa forma tan sorpresiva y con la chica más dulce que conocí. Me pesa no haber reaccionado de otra forma o decir palabra alguna. En el salón las cosas tampoco fueron las mismas. Paloma se alejó del grupo de Camila. Samuel me comentó que discutieron por mi culpa, que ambas chicas se habían fijado en mis cualidades y que Paloma en cierta forma traicionó la confianza que Camila le había depositado. Mi amigo con mucha alegría me dijo que las dos chicas se morían por mí, que tenía el poder de elegir a la chica inalcanzable o a la más dulce. Se quedó sin palabras cuándo le confesé que no podía elegir a ninguna de ellas, pues me había enterado que solamente hasta acabar el año escolar me iba a quedar en el barrio. Mi familia ya había terminado de construir la que sería nuestra casa y otra vez, tenía que pasar por el procedimiento de la mudanza, conocer nuevas personas y adaptarme al nuevo colegio donde iba a estudiar.
Pasaron los meses. Terminé ese año en un honroso e inesperado segundo puesto, la profesora me confesó que si no tuviera tan bajas mis notas en conducta, hubiera sido el mejor del año. Camila se mantuvo en el primer lugar, pero era conciente que le había ganado en los resultados de los exámenes, por esa razón recibió sin mucha alegría el diploma, como en años anteriores. Paloma, para sorpresa de todos, logró el tercer diploma dejando atrás a Luis que se quejó por todos los medios por tal “injusticia”, se fue a su casa llorando, porque sabía que tendría que esperar hasta el próximo año, para que le compren su soñada bicicleta. Nunca más volví a ver a todos reunidos. Camila se me acercó y con una sonrisa me dio la mano, me deseo buena suerte en el otro colegio y que le encantó competir conmigo, a pesar de no ser amigos, le hubiera gustado conocerme y aprender cómo podía sin mucho esfuerzo lograr el cariño de las personas. Le agradecí por sus palabras y le dije que pensaba lo mismo, aunque para mí, siempre fue una persona especial. Años después, ella consiguió lo que se proponía. Al acabar la primaria, viajó a Estados Unidos y ahora tiene un buen puesto de trabajo en una gran empresa, aunque eso le ha costado mantenerse sola, pero no dudo que encuentre una persona ideal para ella. Con Samuel y mis otros amigos mantuvimos un contacto, que con el tiempo se fue diluyendo, pero me llegué a enterar que llegó a estar con Camila, hasta que ella se fue.
Recuerdo que al irme, pasé por la casa de Paloma. Les pedí a mis padres que me dieran tan solo unos minutos para intentar despedirme de ella, pararon el camión y me dejaron ir a su casa. Toqué su puerta de una forma alocada y desesperada, pero nadie llegó abrir. Me senté en la banca a esperar un rato, viendo triste la pileta que estaba en medio de aquella calle. Afligido y sin lograr mi objetivo me di media vuelta y me subí al camión de mudanza. Volví la mirada a su casa, para tratar de recordarla siempre y descubrí que ella me había mirado en todo ese tiempo por la ventana de su cuarto. Noté que estaba llorando y al darse cuenta que la había descubierto me hizo con la mano el gesto de despedida. De ella hasta ahora no tengo mucha información, nunca supe si se mudó o sigue ahí viviendo en la misma casa donde jugábamos de pequeños. Ahora cuando pasó por ese lugar, recuerdo aquellos momentos que siguen presente en mi mente. No puedo creer que aquella chica con la cuál me divertía y la pasaba bien, tenía en su pequeño corazón un sentimiento que era algo más que amistad y del cuál no fui capaz de comprender ni entender. Sin darme cuenta que era lo mejor que me había podido pasar, pues era un sentimiento puro y tierno. Pero estaba cegado por fijarme en la chica más linda y popular, en la que siempre sobresale en todo, en alcanzar algo que es imposible llegar a tenerlo. Siempre en mi vida se ha repetido esta historia, me fijo en la persona menos adecuada, en la que me hace sufrir, en la que me deja queriendo solo, en la que no se merece el amor que le brindo y nunca me doy cuenta, a tiempo, de aquellas personitas que siempre estuvieron a mi lado y que me aceptaron tal cómo soy, sin pedirme nada a cambio, tan solo mi compañía.
Las veces que ocasionalmente he vuelto al barrio, trato de pasar por la casa de Paloma. Observo la banca, la pileta y me fijo de vez en cuando en la ventana de su cuarto. La verdad, es que no sé si la reconocería, no sé si ella se acordará de mí, por que han transcurrido muchos años desde mi partida. Tengo aún la pequeña ilusión que cada día se desvanece de volver a encontrarla para poder despedirme como siempre quise, devolviéndole el cariñoso abrazo, agradeciéndole por su amistad y cariño que me hicieran muy feliz, pero sé perfectamente que es muy difícil, por eso me dio media vuelta y resignado por lo cruel que es el destino, regreso a casa. Ahora cada vez que miro a los niños de diferentes edades pasar por mi lado, enmascarados, con sus disfraces, pidiendo golosinas, riéndose y disfrutando al máximo de su niñez. Mientras voy camino a festejar el “Día de la Canción Criolla”, en un bar por el centro de Lima. Vestido con una camisa a rayas, mis jeans y mis viejas zapatillas. Recuerdo aquél beso que me regalaron, como el dulce más preciado de todos los tiempos, que una persona me ha podido brindar, en esa lejana y añorada noche de Halloween.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Crónica de un pseudo periodista.

¡Bienvenida, Soledad!



Miro mi celular, pues me doy cuenta que mi reloj que tiene como símbolo el “Cavallino Rampante” de Ferrari, se le ha acabado las pilas y no funciona. Son las 4:30 de la madrugada. Mis ojos aún me arden, me siento cansado, pero no logro conciliar el sueño. Otra vez, vuelvo a sufrir de aquél insomnio tan peculiar en mí. Ya puedo escuchar los carros que pasan por mi calle y la gente que con pasos raudos se lanzan a alcanzarlos para llegar a sus respectivos trabajos. Prendo el televisor. Como siempre hay malas noticias, puras muertes y asesinatos ocurridos en la madrugada. “Mientras todos dormían”, fueron las palabras del buen conductor televisivo, que todos admiran no por su sobresaliente nariz, sino por su gran carisma. Me levanto sin más remedio. Me ducho. Vuelvo a la cama. Observo más noticias. Me aburro. Me voy a la computadora. Abro mi correo. No hay nada interesante. Pongo las canciones de Andrés Calamaro de fondo. Me animo a cantar algo, eso me hace sentirme despierto. Aunque sé que todo el día estaré con una cara de zombi. Me leo los periódicos nacionales e internacionales. Miro mi blog, para saber cuántas personas han entrado a leerme, no hay muchas, ni siquiera puedo llegar a la lista de los 512 blogs más leídos del país, menos estar entre los 100.000 páginas más vistas de la Web. Todo un desastre pero no pierdo las esperanzas de algún día estar entre los más leídos y así hacerme más conocido, aunque tenga que luchar contra el blog de “las nenitas supercalientes de Lima online”. No soporto más el calor que ahora se siente en la ciudad, aunque en las noches siga haciendo el mismo frío de siempre. Salgo a la calle en contra de mi voluntad, soy más hogareño, pero a veces uno necesita respirar aires frescos y sé que en mi casa no conseguiré nada.
El sol es mi peor enemigo, siempre se me irritan mis ojos. Por eso trato de no salir de día, la noche es más amable con mi cuerpo, me siento como un pez en el agua. Mis pasos ahora son lentos. Salgo con mi pequeña cámara fotográfica. Tomo fotos de personas mendigando, de chicos limpiando parabrisas de los carros, mujeres con sus pequeños hijos en sus brazos vendiendo caramelos y todo lo que rodea la gran Lima, “la Horrible”. Fotografío a esas personas, pues viéndolas puedo sacar una historia detrás de cada una. Aunque no soy muy detallista en mis escritos, soy muy observador con la gente, y me gusta deducir qué les intriga, qué les pasa, algo medio detectivesco, pero me funciona para mis personajes que vagan en aquella huerta perdida que he creado para que puedan ver la luz, aunque ficticiamente. Tengo hambre. Entro a un restaurante del centro. Pido un menú de 7 soles. Justo están dando el partido del Barcelona español, mi equipo favorito. Sin prisa, para alcanzar a ver completo el juego, comienzo a devorar lentamente la comida que me había traído el mozo.
En la mesa del costado, una chica con una cabellera roja y vestimenta de trabajadora bancaria, mira impaciente el reloj. Parece que espera a alguien, pues observa siempre a la entrada del local. La mirada de los comensales ya le resulta incómoda, encima que varios tipos que están tomando, no le quitan los ojos de encima. Y no es por nada, pero la chica tenía una belleza desbordante. Claro que también se sentía incomoda cuando la miraba. Pero sus problemas se resolvieron cuando el impuntual de su enamorado, por fin llegó, pero ella no lo recibió mal, más bien esbozó una linda sonrisa y lo llenó de besos. Él con gestos cariñosos le hablaba del tráfico y sus problemas que hicieron que demorase. Ella coquetamente jugaba con aquella falta, cometida por el hombre de su vida, se hacia por ratos la engreída y buscaba una respuesta cariñosa que le hiciera creer todo lo que decía el novio, sin dudar en ninguna palabra. Se nota que cuándo uno está enamorado los defectos de la otra persona parecen graciosos, hasta comprensibles y perdonables, pero cuando ese amor se va por diversas razones, uno ve como algo sorprendente las cosas a las que estaba acostumbrado y piensa cómo pudo soportarlas o aguantarlas tanto tiempo. Puede incluso, llegar a sentir que no eran propias de una persona de su altura y que merecía más de aquella persona, que ahora se le puede ver sobre los hombros, cuándo antes solo se le encontraba en el cielo. La muchacha pelirroja, saca ansiosa de su bolso un pequeño regalo, le dice que se lo compró con mucho cariño y esperaba que le gustara. Él sonrojado no entendía el motivo del regalo pues no cumplían ningún aniversario. Ella riéndose le dice que lo abra y se deje de preguntar tanto. Era un mp4 color plateado. Me encanta le dijo él, pero ¿A qué se debe esta sorpresa? le preguntó. Ella con un fuerte abrazo le dijo: “Feliz día del periodista, tontito”.No era el único despistado en aquellas celebraciones, a mí también se me había olvidado por completo. Antes lo tenía muy presente y claro, vivía en ese ambiente. Ser parte de los “cronistas” del Congreso, tenía muchas ventajas. Los “padres de la patria” se esmeraban por hacer cumplidos a la prensa, nos daban pequeños presentes y a sus engreídos más cosas, por supuesto, pues por ellos, aquellos congresistas eran conocidos por el público y no quedaban mal con sus votantes, claro que las cosas cambiaban cuando eran asediados por la prensa, no por cometer acciones buenas, sino por alguna falta grave. Era de suponer que a mí no me tocaba gran cosa, pero tampoco me lo esperaba, pues trabajaba para un medio de provincia que se limitaba tan solo a las noticias de los congresistas de la localidad, que a decir verdad, no daban mucho material para redactar una noticia sobre sus planteamientos. Por eso se ponían contentos cuando los entrevistaba para el diario. Después, bastante molestos con mi nota, ellos me mostraban que sus respuestas eran aprovechadas por el director del periódico para hacerlos quedar mal.



Recordando esas buenas épocas me dieron ganas de celebrar este día. Tan mal no me podía ir, además aún conservo las credenciales de los medios por los que he pasado. Y para eso están los amigos. No busqué a mis colegas pues ya sabía dónde los podía encontrar, en la “Isla del Paraíso”. Es el único local que entras sin pagar ni un sol, tan solo te piden tu carnet de prensa. Asistí a aquellas fiestas en esas épocas, nunca en mi vida observé a tantos periodistas juntos, bailando y haciendo una interminable cola para conseguir la jarra de cerveza. A la mayoría no los conocía, pero no faltaba uno a quién reconocer, por el medio o por pertenecer a la misma facultad de comunicaciones. Aunque solo nos conocíamos de vista nos saludábamos como si hubiéramos compartido miles de anécdotas. Bueno, uno con cerveza es amigo de todos, las diferencias que antes había se disipaban en esos instantes y claro el tema siempre era el medio en que trabajabas, si te pagaban bien o qué tipo de jefe te tocó. Después de esas reuniones las relaciones entre nosotros eran más cercanas, conocías a la chica creída y más bonita de la redacción o al chico tímido que solo se limitaba a escribir y se iba directo a su casa. Se formaba buen ambiente, claro, hasta que llegaba el editor y nos ponía como hormigas a trabajar.
Es raro, siempre me pasa cuándo necesito de algún amigo. Al llamarlos, ellos estaban haciendo otras cosas. Es de suponer pues ninguno está en un medio de comunicación y por supuesto ni se acuerdan de que hoy es el día del periodista. Por eso cuando miraba mi celular por si había algún mensaje o una llamada perdida, no encontraba nada. Aunque les mandé mensajes de texto, para ver si nos podíamos reunir, cómo quién no quiere la cosa, ninguno me respondió. Pero se me dio por ver la agenda telefónica y ahí de casualidad leí el número de una de mis ex enamoradas. No la veía desde el día de mi cumpleaños. Me encantó verla esa noche, pues nos divertimos cómo nunca, bailamos a más no poder y tomamos como si fuéramos vikingos. A pesar que nuestra relación duró medio año, nos conocíamos desde pequeños. Vivíamos en el mismo barrio, así que no era difícil buscarla y encontrarla. Por eso creo que tuvimos muchos reencuentros con ella. A veces nos volvíamos a ver en una fiesta de algún amigo en común y sentíamos que el tiempo no había pasado, pues las miradas cómplices eran cómo en nuestros mejores tiempos. Cuando bailábamos, nos agarrábamos de las manos, entrelazados los dedos intentaba acercármela para sentir su cariño. En silencio aceptaba mis afectos y me abrazaba. Creo que el abrazo es muy necesario en una relación, significa un apoyo de la pareja, un consuelo, un sentimiento que cualquiera te lo puede dar, pero si alguien a quién amas te lo brinda, sientes una sensación de alivio y comodidad. Tanto sentía su ternura, que me provocaba quedarme dormido en sus delgados hombros para siempre. Quizás sienta esos deseos de protección, no por falta de cariño o de afecto, pues estoy acostumbrado desde pequeño a recibirlo, sino es que me gusta darlo y que buenamente me lo brinden, en algunos momentos se necesita sentirlo, para saber que no estás tan solitario en esta vida tan dura que te tocó vivir. No solo nos quedábamos en abrazos, manifestábamos nuestros sentimientos al besarnos apasionadamente. Sentíamos que en el mundo solo existíamos los dos, pues muchas personas estaban en contra de nuestra relación. Sembraron dudas en el camino de ambos, pero a pesar de todo, el cariño que nos brindábamos seguía intacto. Aunque al menor descuido o pequeña discusión, decidíamos terminar. Y eso pasó muchas veces. Con idas y vueltas, con pareja o sin pareja, siempre llegábamos al mismo punto. Huir de las personas y disfrutar de, al menos, un pedacito de cielo en medio de tantas dificultades.
Debo confesar que nunca luché por ella, por aquel amor que muchas veces le insinuaba sentir. En ese tiempo dejaba pasar las cosas tal y cómo vengan, sean malas o buenas. Por ello, muchas cosas importantes perdí, personas que hoy recuerdo con cariño, aunque sé que nunca volverán, ni tendré la oportunidad de decirles cuánto lo siento. Me fui siempre de su lado, porque también notaba en ella esa falta de ánimos, no me ponía las pilas ni me retenía. La frialdad siempre me dañó. No me gusta que las personas me muestren ese lado de su ser. Menos una persona que me demostró tanto cariño y una acogedora felicidad. Me siento dolido cuando noto que la frialdad otra vez me ataca, con diferente rostro, en distintas personas, pero con el mismo deseo y objetivo. Mandarme al destierro, al frío invierno del polo norte, para que recuerde mis errores y me flagele con la pena de haber perdido algo maravilloso que nunca lo supe retener. Después de cada beso con ella, sabíamos que ambos teníamos que recorrer un camino distinto. Nuestras vidas eran completamente opuestas, las metas diferentes y los amores también. Al partir de su acogedor nido, siempre me iba con la cabeza agachada, pensando que si me sentía mal, ella se podría sentir peor. Pues los besos y abrazos se desvanecían al amanecer. Hasta que el día de mi cumpleaños, ella me buscó y no me arrepiento de encontrarla, pues después de mucho tiempo no me divertía tanto junto a ella. Al terminar la velada y dejar a todos en sus casas, nos encontramos solos, frente a frente, parados en el mismo lugar en el cuál, renacía nuestro más logrado secreto y nos dejábamos llevar por nuestros sentimientos. Pero me dijo, algo que siempre recordaré, mirándome a los ojos “Gracias, por estar ahí cuando siempre te necesitaba”. En esos momentos no pude contener las lágrimas, pero ella no lo notó, pues me abrazaba fuertemente y no dejaba de decirme lo mucho que me quería, que era una persona especial y que siempre quería decirme estas cosas, por eso aprovechaba en decírmelas pues sabía que era el día y el momento de decirlo. Es ahí, cuando llegué a entenderla. Las veces que nos juntábamos, no era solo porque yo la necesitaba, sino que ella sentía lo mismo. Por eso que me dejaba irme sin retenerme, pues sabía bien que volvería y otra vez, me iba a necesitar.
La llamé, no con ánimos de volver a besarla, sino por querer tener una grata compañía, además las cosas para mí estaban muy claras. Era momento de conocer a la amiga que me tenía que ver en ella y que ahora recién se mostró cómo tal. Me respondió muy sorprendida, pues sabía muy bien que no soy de llamar a las personas. Le dije para salir, ella dudó por un momento, pero ante tanta insistencia de mi parte, aceptó. Me sentí aliviado, pues por fin iba a empezar a celebrar este día. Fui a su trabajo, me pidió que la esperara, ya que se le había presentado un imprevisto. Pasó una hora y no salía, yo seguía escribiendo mi relato que ya empezaba a tomar forma. No aguanté más y la volví a llamar. Con voz tímida, me dijo que no iba a poder salir conmigo, pues no acababa de hacer sus cosas. Tratando de no ser irónico, le respondí que “no se preocupe” (siempre digo esta frase, mi mamá se ríe muchísimo al escuchármela, pues cree que todo lo tengo planificado y sé solucionar las cosas y yo me río con ella, pues sí supiera la verdad no se estaría riendo tanto) que ya otro día será y colgué. La verdad es que no sentía cólera, sentía desilusión, pues según ella, estaba cuando la necesitaba y cuándo yo la necesitaba, no estaba. Caminé unas cuadras, esperaba que el semáforo cambiara. En eso una camioneta 4x4, se estaciona al frente de un restaurante. No me sorprendí al ver bajar del auto a la chica, que me había hecho esperar una hora y que tenía mucho trabajo, de la mano de su jefe, desbordando felicidad.
Ya era tarde, me compré cerveza para llevar a mi casa y ahí acabar con el relato que me propuse hacer desde temprano. Es curioso, ahora se me da por escribir en fechas importantes para mí. Aunque sé que la mayoría de mis amigos más cercanos (por no decir, ninguno) no han leído las tonterías que escribo, a pesar que les comento algo ilusionado y con muchos ánimos, lo emocionante que fue escribir aquella historia que ellos no se deben perder en leerla. Se interesaban, pero al encontrarlos por el MSN, les recordaba que visiten mi página, pero nunca tenía tiempo para leer mis cosas, más bien tenían sus propios problemas, más importantes que una historia ficticia y que ya les había comentado de qué trataba. Ahora me empezaban a contar sus cosas, y yo no dejaba de escucharlos o leerlos, para ayudarlos. Pero en venganza, a sus insolencias ante mis humildes relatos, ahora escribo sobre ellos, sobre sus problemas, total, ni se darán cuenta y cuándo lleguen a reclamarme por algo que aquí he dicho, pues recién sabré que al menos me leyeron.
Abro las botellas, me encuentro al frente de la pantalla de mi PC. Hace poco, una amiga que se interesó tanto en mis escritos, me preguntó que parte de mis relatos eran realidad y cuales eran ficticios. Le respondí que trataba de escribir lo que se me venga a la mente, algún suceso que me ha pasado pero cambiándole siempre el final o el comienzo, el personaje o el momento. Que no me creyera nada, que a veces trataba de mezclar las cosas para llegar a una realidad que nunca viví. Al leer mi última crónica publicada, algo preocupada por el tema que se trataba, me volvió a preguntar tímidamente, si lo que contaba en esa historia que parte era verdad o y cuál parte era ficción. Le dije que lo que había leído era todo cierto, que así era mi vida, que así había pasado mi cumpleaños. Se quedó callada y algo consternada por mi respuesta, me dijo: “Cuánto hubiera querido que ese relato fuera ficción”.
“¿Sentiste alguna vez lo que es, tener el corazón roto. Sentiste a los asuntos pendientes volver, hasta volverte muy loco?...” se escucha la voz aguardentosa y con mucho sentimiento de Andrés Calamaro por toda mi habitación, acompañada de mis aullidos que pretenden llegar a las notas pobres de aquél cantante que no es famoso por su melódica garganta, sino por sus tristes canciones, que no solo habla de drogas, sino de desamores y malos pasos. En esos momentos sentía que esas canciones, eran mías, pues relataban tal cuál mis vivencias. Eso me pasa al escuchar todo tipo de canciones, siempre digo que puede una canción sonar y ser un éxito de temporada, pero solo se le toma de moda, pero hay canciones que son para toda la vida, pues al escucharlas sientes que puedes ser tú el de la historia, y cuándo las vuelves a escuchar después de tiempo, se te viene a la mente un sin fin de historias y relatos, que los creías olvidados. Una persona recientemente me dijo que no le gustaba mi pesimismo, que me sentía muchas veces derrotado antes de emprender una competencia, que me aferraba a una botella de cerveza para olvidarme de las cosas y que muchas veces, ella trató de sacarme de ese hueco en el cuál me atrincheraba cada vez que no tenía fuerzas. Ahora ella se cansó de apreciar tal espectáculo del cuál prefirió con mucha tristeza y buen tino alejarse. Es curioso, escuchar esas palabras de aquella persona, pues cuándo estaba con ella, siempre me sentí un ganador.
“Estoy vencido porque el mundo me hizo así, No puedo cambiar. Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad. Estoy vencido porque el cuerpo de los dos es mi debilidad. Esta vez el dolor va a terminar…” y sé que terminará, porque ya mis lágrimas empezaron a secarse, porque el amor se puede sentir de un solo lado, pero es triste y se sufre mucho. Me sentía orgullo cuando me pasaba, pero ahora que llegué a sentir que por fin alguien me amaba, me gustó tanto estar en ese estado, que ahora no concibo la idea de sufrir más. Sigue resonando en mis oídos aquella estupenda canción y otra vez la hago mía. Y me pongo contento, no por recordar a la persona que se la dedico, sino porque me doy cuenta que ya he terminado mi relato. Busco alguna foto que vaya con el tema y listo. Le doy “clic” en publicar y soy feliz, al verla ahí, junto a mis otros escritos. Sé que casi nadie lo leerá, pero me nace escribir. Es lo único que trato hacer bien y soy conciente que me falta mucho, pero por eso no dejo de redactar. Es mi naturaleza. No sé si por esto me metí a estudiar para periodista, aunque muchas veces no ejerza esa profesión. Pero creo que aún sin tener un título que me avale como tal, me siento uno de ellos, aunque ellos muchas veces, no se sientan parte de mí.
Veo a mí alrededor. Hay varias botellas vacías esparcidas por todos lados. Es ahí cuando me doy cuenta que ella está a mi lado. La noto ahora resplandeciente, luminosa, como renovada. Me queda mirando a los ojos. Le sonrío. Le hago un gesto para brindar nuestro reencuentro. Me enamoro más de ella. La extrañé. Tanto tiempo sin verla y ahora sin que la llame está ahí, a mi lado y con muchas ganas de quedarse, pero esta vez para siempre. Sabía que iba a venir, tarde o temprano, hubo un momento en mi vida que me hicieron olvidarla completamente. Pero a mí, los sueños bonitos no me duran nunca. Y la realidad me choca una vez más, contra la pared. Resignado y con el último sorbo de la botella de cerveza, ella me dice: “¡Feliz día del periodista!” y yo le respondo: “¡Bienvenida, Soledad!”.


jueves, 4 de septiembre de 2008

¿Feliz Cumpleaños?

Un día más: el 5 de Septiembre



Salgo de casa. El camino es largo. Pero me voy con una sonrisa que se desvanece al cerrar la puerta. No soy de las personas que demuestran sus momentos malos ante mi familia o seres queridos, siempre quise mantener mi hogar limpio y protegido de los problemas que me han aquejado, son muchos, pero ellos nunca se han enterado. Al menos tengo la suerte de no haberme pasado nada grave, pero a veces, siento la tentación de gritar todo, de decir lo que siento, de acurrucarme en sus brazos y sentir ese apoyo que tanto necesito. Todos estos pensamientos se me pasan al ver cuando me sonríen, a pesar de que me cuentan que también tienen problemas y que para su tranquilidad me notan calmado, disfrutando de mi vida. Recuerdo mucho que mi padre me dijo alguna vez, que ellos no se preocupaban por mí, pues confiaban mucho en lo hacia y deshacía, en mis decisiones que llegaban a distanciar de mi existir, todo los males. Casi se me salen las lágrimas en ese instante, pero mantuve ese temperamento que me ayuda a no caerme frente a ellos.
La pista está mojada, desde las primeras horas del día no ha dejado de llover. Estoy acostumbrado a tener que soportar este clima, de la famosa “panza de burro” que siempre ha cubierto Lima, desde que tengo uso de razón. Incluso al escuchar las historias que cuenta mi padre al hablar de mí. Creo que siempre recordará con cariño el día que me conoció, pero también, no se le borra de la mente ese día de lluvia y de baja temperatura. Ahora, se vuelve a repetir, con mucha más crudeza, pues la neblina y el grado de humedad habiendo llegado al 100%. Todas estas características juntas hacen de este un horrible día.
Al pasar por aquel callejón que tengo que cruzar para acortar distancias, yendo al paradero de buses. Me decido abrir el pequeño sobre que me entregó mi madrina. A pesar de los años y de las inclemencias, siempre ha venido a visitarme. Claro, antes ella venía acompañada de mi abuelita, que hasta el último año de su existencia, no dejó de estar presente para saludarme. Hoy se ha sentido su presencia y creo que no he sido el único que lo notó. Mi mamá estaba acostumbrada a verla este día. Y ahora mira con nostalgia a mi abuelo que ha tomado la posta de su mamá. Quizás, quiera grabar en su mente estos pequeños momentos de felicidad, para recordarlos toda la vida.
Desde pequeño no he estado acostumbrado a festejar este día. Fue por propia decisión. Creo que mis padres nos enseñaron a valorar las cosas pequeñas de la vida. No me moría por tener a todos mis amigos de la escuela metidos en mi casa, revoloteando, haciendo bulla o embutiéndose todos los dulces que encontraban en la mesa, esperando tan solo que acabe el show del payaso para irse raudos a sus casas, con su pastel en la mano. Aunque tenía esa tentación, pues podía tener más de un regalo. Me acostumbré a pasarlo en familia, en vez de dulces, mi mamá me preparaba la comida que más me gustaba. No había una torta de chocolate con mi nombre dibujado, pero no faltaba un delicioso pastel de manzana. Tampoco tenía de regalo el juguete de moda, pero recibía una cantidad considerable de dinero, que para un niño de mi edad o de mi barrio era más que suficiente. Hasta llegué a sacar una cuenta bancaria. Creo que con esa plata, me hubiera comprado lo que quería, ropa, algún juguete nuevo o una pelota de fútbol, pero ya en ese tiempo, se hacia notar mi personalidad indecisa. Claro que después de años y en momentos de escasez económica que pasó mi familia, contribuí a palear en algo las cuentas familiares.


Ya siendo adolescente y cursando secundaría. La costumbre y las chacotas de todo chico de esa edad, hizo que ocultara este día. Pues cuando teníamos conocimiento de que un compañero de aula, cumplía años, no por propia boca del cumpleañero, sino que nunca falta en la escuela la niña chismosa o la profesora orgullosa de su alumno, siempre lo esperábamos a salida del colegio. Todos nos dispersábamos en grupos para hacer cada movimiento. Unos compraban el kilo de huevos, con el dinero que habíamos dado en el salón para, de cierta forma festejar con nuestro propio estilo, al amigo que cumplía años. Otros se quedaban esperando en la puerta de salida y por sea caso, en los posibles escapes que podía tomar al sospechar nuestra actitud. Las chicas también hacían lo suyo, eran el toque de distracción y las encargadas de llevar al cumpleañero a la cueva de lobo, en donde lo esperábamos ansiosos y con mucha risa, al imaginarnos lo que le esperaba. Ni bien lograba pasar el umbral de la puerta de salida. Una lluvia copiosa de huevos caía directo a su cabeza. Algunos corrían desesperados, llegando a escapar, pero siempre volvían por las chicas. Sabiendo el destino que me esperaba y conocedor de que muchos querían vengarse por estamparle un huevo en su frente, siempre oculté este día. Y todos esos años, de tanto mentirles y aprovechando sus frágiles mentes, para ellos, nunca supieron que mi cumpleaños caía un día de clase, sino un sábado o domingo, alejado de las aulas.
En esa época y con el trascurso de los años, dejando de lado un poco las bromas y los excesos que cometíamos antes e influenciados por las costumbres de las chicas, tomamos más importancia al día en que nacimos. Además, ellas querían saberlo, ya que se empezaban a interesar más por nosotros, quizás ya no nos veían como compañeros de clase, sino como posibles parejas. Incluso, se venía el año de las quinceañeras, trayendo como consecuencia los famosos “Slam”, que eran unos cuadernos de hasta 100 hojas, en donde se hacían distintas preguntas, con el solo propósito de hurgar en el pensamiento de aquellas mentes jóvenes y ansiosas de vivir, que les interesaban. Todos los participantes agarraban un número y tenían tan solo 2 reglones para responder. No podía faltar la pregunta que todas querían saber y que le daba prestigió al famoso cuadernito ¿Quién te gusta del colegio? Muchos la dejaban en blanco, pero cuando alguien se animaba a ser sincero, era cuestión de horas nada más, para molestarlo por su respuesta. Siempre ponía en ese campo el nombre de la profesora más joven y hermosa del colegio, lo cuál me costaba muchas críticas, pero me ceñía a lo que me preguntaban y era válida mi respuesta, pues querían que ponga el nombre de una compañera de clase. Por eso no me preocupaba responderla, aunque no fuera cierta, me servía para ocultar lo que sentía. Lo que si no podía solucionar, fue cuando llegué a la pregunta ¿Cuándo es tu cumpleaños? Cuando me animé a responderla, fue la sensación del salón, y todas me miraban con caras de ternura, pues por fin me animaba a debelar el misterio del día de mi cumpleaños, lo que no sabían era que puse “8 de septiembre”. Desde ese momento, todos me saludaban ese día. Lo cuál, me hacia sentir bien, pues no me preocupaba tanto de esa fecha. Además que podía festejar con ellos, por fin mi santo, el cuál ya había pasado unos días antes, para esos momentos. Hasta ahora, que ya todos saben en realidad mi verdadera fecha de nacimiento, no falta amigos de colegio que me saludan el 8.

En la universidad fue distinto, pues no tenía muchos amigos. Conformé un pequeño grupo de, paradójicamente, cinco amigos. Nunca me gustó el número 5, hasta ahora mis numerales de la suerte son pares, no impares, pero el día, el mes y el año en que nací, están compuestos de números impares. Supongo que fue rebeldía ante el destino y escogí como número de suerte el 8. Andábamos por todos lados, tratando de apoyarnos para sobrevivir en aquel centro de estudios, pues sabíamos que solo pocos lograban terminar la carrera. Solo dos, lograron esa meta, los otros, encontraron otra forma de solventarse la vida. En ese tiempo, se acostumbraba a invitar a todos los conocidos y los más populares de la universidad a la casa del cumpleañero. Era muy importante saber quién iba asistir a la reunión, pues de ello dependía el éxito de la fiesta. Por eso evitaban invitar a los que no eran muy conocidos en la universidad, los huraños o antisociales, por eso creo que no recibía invitación alguna. Claro que no era muy importante para mí aquel acontecimiento, además, sabía de antemano, que a mis amigos los habían invitado y con ellos podía asistir a la gran reunión. Pero, como les había contado, dependía mucho de las personas que asistían, los chicos populares o las chicas hermosas, sino nadie se animaba a ir, prefiriendo marcharse en grupo a gozar y rumbear más en una discoteca de moda. Cuando nos tocaba festejar nuestros cumpleaños, la mejor forma que teníamos para pasarlo bien con mi grupito era, ir a las galerías de la Av. Brasil, en donde alquilábamos un par de horas y jugábamos Play Station, después nos íbamos a tomar a un bar, maloliente, característica primordial de todo bar limeño, donde nos recibía con cara de pocos amigos la “Tía Cucaracha”, acostumbrada a ver pasar por su local a toda clase de borrachos y sacarlos a punta de escobazos de su pequeño recinto.


Un repentino freno que dio el bus, me hizo despertar. Debo haber dormido al menos 20 minutos. Era un alivio, pues estoy sufriendo de un insomnio que me dejaba como zombi en el transcurso del día. Observo a través de la ventana empañada de humedad del carro que aún me falta un tramo por recorrer para llegar a mi destino. Noto que la gente camina toda apresurada, con sus abrigos que los cubría del fuerte frío y de la lluvia abundante que descendía esa noche. Ya ni siquiera se podía distinguir las casas del Cerro San Cristóbal, la neblina ocultaba todo el paisaje y las casas. Solo dejaba traspasar levemente las luces amarrillas de los postes, que tenuemente alumbraban las calles. Se hacia difícil manejar en aquellas pistas llenas de agua. En algunas partes se producían aniegos y pozos, que los carros maltrechos tenían como obstáculo. Y era una suerte que las llantas desgastadas pudieran servir en esos momentos. Ni siquiera pude apreciar aquella casa que tiene pintada el escudo en forma de “U”, que tiene el equipo del cuál soy hincha. Volviendo mi mirada hacia las personas que viajaban conmigo en el bus, sorpresivamente encontré la mirada de una chica simpática que me examinaba con atención. Incluso me llegó a sonreír, pero al ver la tristeza dibujada en mi rostro, se incomodó y prefirió mirar todo el espectáculo siniestro de las calles limeñas.

Miro la hora. Me doy cuenta que como siempre, llegaré tarde a mi propia reunión. Preocupado saco mi celular, para ver si no estaba apagado, pues no había recibido llamada alguna. No me sorprendió verlo funcionando como si nada estuviera. Ni siquiera me habían llegado mensajes de texto. Esbocé una pequeña sonrisa. Recordaba que desde que logré tener un celular, siempre lo apagaba este día. Todos mis amigos, hasta mis familiares, me reprochaban aquella actitud y aún me siguen criticando por ello. Aunque sé que ni siquiera intentaron llamarme, pues desde el año pasado que dejé aquella actitud contra mi celular. Mi argumento para tamaño acto de asesinato comunicacional, era que no quería recibir llamada alguna, pues a pesar que he estudiado comunicaciones, soy muy tímido y a la vez parco. Ahora pienso que si elegí esta carrera, era como una forma de grandes sesiones siquiátricas, para aprender a relacionarme mejor con las personas, al comienzo no me sirvió de nada, pero ya con la ayuda de mis amigos, pude afrontar mejor la realidad. Para colmo, me refugié en la lectura y en la escritura, que son dos cosas que se disfrutan al máximo, cuando estás completamente solo. Se me hace difícil recibir las llamadas de mis propios familiares, llámese tíos, que no estoy acostumbrado a verlos tan seguido, y claro por el cariño que desde pequeño me tienen, algunos se acuerdan de este día. Cuando me llaman, siempre me recuerdan que estarán ahí para brindarme todo su cariño y que no deje de confiar en ellos, expresándome muchos deseos para el año que se avecina. Al cuál respondo con mucha gratitud, pero después de ello, ambos nos quedamos en silencio y es preferible despedirse. La verdad, que no soy muy allegado a mis familiares. Los veo solo en las fiestas o reuniones que organizan. Tampoco llego al extremo de ponerme a un lado, trato de fraternizar con ellos, pues, a pesar de no verme seguido, siento ese cariño fraterno. Si sé de ellos es por mis hermanos mayores, que me ponen al tanto de los acontecimientos con tintes pintorescos que rozan los límites del chime.
Y es que el tema del celular, se me hace gracioso. Pues casi nunca hago llamadas, no me pregunten por qué, pues no lo sé. Creo que es la costumbre. Es por eso, que ni siquiera me preocupo por tener salgo para comunicarme. Solo mando mensajes que ahora son bastante cómodos, y cuando no tengo saldo, siempre doy una “timbrada misia”, para que me llamen. Ojo, no es porque tenga avaricia o tacañería, pero prefiero gastar esa plata en otras cosas. Además, se nota que no me gusta llamar, pues tengo el teléfono fijo de mi casa y nunca lo utilizo. Eso me trajo muchos problemas con anteriores relaciones, pues ellas esperaban hasta el último momento que las llame, y como nunca ocurría eso, decidían que ese era un problema fundamental y me dejaban. Después de varios años y reencontrándome con chicas que llegué a conocer en una fiesta y que por diversos motivos no nos seguimos frecuentando, siempre me enteraba, por ellas mismas, que por no llamarlas, después de conocernos y pasarla genial, perdí la oportunidad de tenerlas como pareja, pues les había llegado a gustar y ellas creían que no las había llamado porque me aburría con ellas, lo cuál no era cierto, pues me gustaban mucho, es más me sorprendía y me alegraba que sean honestas. Lamentablemente, todas me dijeron lo mismo, cuando ya tenían una relación estable en esos momentos y con planes de casarse. No sé si era para liberarse de todo su pasado y dejar limpia su conciencia o por el licor, que hasta llegaban a declarar su amor oculto hacia mi persona, pensando que hubiera sido lindo y precioso estar conmigo, pero que el destino les tenía preparado otro hombre. Cuando se terminaban de secar sus lágrimas, por tamaña confesión, me preguntaban por mi estado actual, si es que tenía pareja. Al notar que mi respuesta era negativa, me miraban con un cierto aire de lamento, tratando de consolarme con la frase: “Ya encontrarás una persona que valga la pena y te merezca”.


Al pasar los años, me di cuenta que apagar mi celular era una forma de restringir y limitar la buena voluntad de las personas que se acordaban de este día. Y les daba importancia a aquellas, que no tenían en su agenda este acontecimiento. Creo que es parte del crecer y de la experiencia, la cuál me hizo darme cuenta a tiempo de las cosas que valen la pena. Por eso, el año pasado, decidí mantenerlo prendido. Y voy a Tratar de seguir con esta costumbre por muchos años más. Porque el año pasado fue especial. Ahora puedo darme cuenta que el destino hizo que tomara la decisión, justo en aquel momento, de tenerlo prendido para esperar las llamadas de mis amigos y familiares. Las cuales no llegaron nunca a realizarse, pues acostumbrados a encontrar siempre el mensaje de la contestadota, decidieron lógicamente no llamarme. Pero, en cambio, recibí solo una llamada, que fue el comienzo de algo que nunca olvidaré.
En realidad me sorprendió recibir ese llamado. Pero fue tan natural la forma cómo hablamos, como si nos conociéramos de años. Hablamos poco, es cierto, pero fueron momentos muy gratos. Desde ese instante pasé con ella, muchas cosas hermosas. Me logró enseñar algo muy especial, que siempre guardaré en mi corazón. Pero ahora, después de un año, sé que no recibiré más esa llamada. Me duele en el alma no haber podido cuidar todo lo que me brindo. Sé, también, que le he dicho muchas cosas horribles, que eso ha hecho que se aleje mucho más de mí y confirme su decisión de no verme nunca más, pero si las dije fue porque estaba dañado, pero nada justifica mi actitud. Y que si habría una oportunidad de volver a ser los mismos de antes, hoy, con mis palabras y mis promesas siempre incumplidas, han desaparecido por completo. Es duro saber, que ni siquiera tendré la oportunidad de acercarme a ella y poder abrazarla, me hace mucha falta en estos momentos, la necesito. Hoy, siento que mi corazón se encuentra fúnebre con su partida, no noto reacción de su parte. Mis pensamientos están en su regazo, pero quizás ella no lo necesite por eso trata de olvidarse de este ser, tenebroso y sombrío que me he convertido y que no le sirve de nada tenerme a su lado, pues causo pesar y mis palabras dañan como azotes a la espalda. Tan solo quisiera decirle que ella sabe muy bien lo que siento, va ser difícil olvidarla, nunca pensaré mal de ella y guardaré como un tesoro todos los momentos felices que pasamos. Quizás ya no creas más en mis palabras, por eso solo me queda pedirte, perdón.
Entro al edificio. Subo el ascensor, aprovecho la oportunidad para secar mis lágrimas. Trato de darme ánimos, pero no puedo solo. Toco el timbre. Al abrir la puerta, todos mis amigos más cercanos, felices de verme, con cerveza en las manos, se acercan cada uno a felicitarme. Sonrió. Me hacen brindar con ellos, me dan su cariño y me siento contento de saber que están aquí. Sé que tomaré, bailaré, haremos cualquier cosa para pasarlo bien y divertirnos, como estamos acostumbrados hacerlo. Les agradezco por estar ahí. Pero ellos nunca sabrán qué me pasa, así como lo hago con mi familia, les ocultaré los momentos difíciles que estoy pasando, pues me quieren ver feliz y no sería justo para nadie ponerme mal. Esto me lo guardo para mí, para poderlo afrontar y volver a empezar. Sé que pasarán cosas después de la reunión, tomaré hasta poder por fin, emborracharme, pero, soy conciente, que mientras tenga alcohol en mi cuerpo y pase por las venas, me olvidaré de todo. Lástima que no duré todo el tiempo. Ya que mañana también amanecerá nublado y con lluvia, así como en mi vida.

viernes, 15 de agosto de 2008

Terremoto en Ica

PISCO 7.9


Es otro día más. El amanecer es hermoso, pero el frío se hace sentir hasta en los huesos. La pequeña carpa que me sirve de morada, ya se está rompiendo de a pocos. A pesar que me ha servido por un buen tiempo, los continuos cambios de clima han hecho deteriorar el material. Aún no me quiero levantar de mi cama, hecha de paja y cubierta de colchas y las típicas frazadas con dibujos de tigre, no puedo conciliar el sueño. Desde que empezó todo, no encuentro esa paz que da el descansar bien. No solo porque perdí a la mayoría de mis seres queridos en aquel terremoto que azotó Pisco y parte del territorio peruano. Destrozando todas las ciudades principales, dejándolas en escombros, y con más de 500 personas muertas y miles de damnificados. El lugar parece como si fuera un campo de guerra, que ha sido bombardeado por los enemigos.
Todas las noches sueño con lo mismo. Ese día en casa, habían llegado mis padres que se disponían ir a misa. Mis hijos los querían mucho, pues ellos los engreían. Descansando con mi esposa, aprovechamos en tomarnos con ellos una botella de Pisco, la bebita que siempre me gustó tomar y para estas ocasiones especiales, brindaba con mis familiares y empezamos a charlar con ellos, sobre algunos proyectos que teníamos pensado, íbamos a poner una tienda en la casa, para que ayude con la situación económica de la familia. Ellos se fueron a misa. Me quedé con mi señora, veíamos televisión y mis hijos jugaban afuera fútbol con sus amigos de barrio. Al caer la noche, se escuchó un ruido intenso, salté de la cama, nos alarmamos, sentíamos los primeros movimientos de tierra. Mis hijos entraron a la casa desesperados, les decía que se calmen, que no iba a durar mucho. Siempre pasaba lo mismo, los temblores en la región era un tema que todos sabíamos manejar, por eso estábamos acostumbrados, algunos eran solo ruido y los otros se sentían pero, no duraban mucho. Pensé que esta vez iba hacer igual, pero pasaban los segundos y no dejaba de temblar la superficie. Salimos con mi familia a la calle, me di cuenta que todas las personas estaban afuera de sus casas. Algunas ni siquiera lo pensaron dos veces, se iban corriendo hacia la plaza que quedaba a dos cuadras, dejando todas las pertenencias que tenían en sus casas. Los niños lloraban aterrorizados. Sus llantos ni si quiera se escuchaban, eran opacados por el escalofriante ruido que producía y acompañaba al sismo. Los ladrillos empezaron a caer, el movimiento no cesaba, todo era un caos. Las casas de adobe no tardaron en desplomarse, no importando si es que había gente que estaba dentro o fuera. Cuando la gente notó que las casas se caían, las lunas se rompían, el suelo se abría, solo atinaban a correr a campo abierto. Lo peor de todo, es que las personas trataban de escapar de ese fenómeno, pero se encontraban con paredes que se derrumbaban a su costado, que les cerraba el paso. Incluso el tumulto que formaban, hacía que ellos mismos se estorbaban, los más débiles caían y eran aplastados por la turba que ni se daba cuenta que los pisoteaban, pues en ese momento solo atinaban a salvar sus propias vidas, no importando cuál era el costo.
El suelo se sacudía cada segundo con mayor intensidad, era dificultoso correr y hasta quedarse en pie. Agarré con todas mis fuerzas a mis dos hijos, no mirando hacia atrás. Solo me importaba llegar a la plaza y seguir a toda la turba que buscaba escapatoria. La sensación era terrible, era como si durara horas el movimiento, no paraba y se hacia una eternidad. Mientras tanto, la humareda que levantaba todo lo que se caía, nublaba la visibilidad, todo era una nube de polvo. Las casas de material noble se venían abajo como piezas de domino, una a una se derrumbaban, trayendo consigo todo lo que se encontraba a su alrededor, los postes de energía eléctrica y sobre todo los ladrillos que se convertían en proyectiles fatales. A mi paso, solo veía muchos obstáculos, incluso había personas sepultadas por paredes enteras. Cabezas, brazos, piernas, se confundían con todo lo que se desmoronaba de las casas, creando así muchos montículos de material noble y arena. Por ahí tenía que pasar para salvar la vida de mis hijos, que no dejaban de llorar y gritar al ver tal espectáculo tan horrendo. En esos momentos sentí que algo me cayó en mi brazo, no me importó el dolor. Ahí recién sentí lo que el ser humano es capaz de hacer siguiendo su instinto de sobrevivencia, además si decaía, mis hijos perdían las esperanzas de salvarse.
Cuando logré escapar de las calles estrechas del barrio, que se convirtieron en una trampa para muchos que no lograron salir, recién pude respirar. Ya había parado el terremoto. Las personas estaban muy asustadas en la plaza, algunos entraban en pánico. Miré a mis dos hijos, dejaron de llorar, a pesar que estaban cubiertos de polvo, creo que los impactó ver tanta gente reunida en aquella plaza, donde tantas tardes jugaron con sus amigos. Felizmente, no les había caído nada, salieron ilesos. En esos momentos, miré hacia atrás. No estaba ella. El más pequeño de mis hijos, también se había dado cuenta de que faltaba su mamá y me preguntó por ella. Le dije que estaba detrás de nosotros, que no sabía por qué tardaba tanto. Se puso a llorar. No sabía qué decirle, por primera vez no tenía palabras para consolarlo en esos momentos. Su hermano mayor, lo abrazó, le dijo, no te preocupes, papá irá a buscarla, él la encontrará, cálmate. Cuando ambos me miraron, me di cuenta que debía volver. Busqué entre la multitud a una persona conocida, encontré a mi vecina, ella también buscaba a sus seres queridos. Los dejé con ella y le pedí que no se movieran de aquel lugar. Corrí lo más rápido que pude. Con mucho miedo, regresé por el mismo sitio, del cual había salido con mucha suerte. Las personas que salían de ahí trataban de detenerme, sabían que todo estaba perdido, pero me escapaba de sus intentos, algunos me decían que estaba demente, que por hacerme el valiente iba a encontrar la muerte. No me interesó nada. Con mucha dificultad saltaba los escombros, gritando el nombre de mi esposa. Cada vez que avanzaba, descansaba para respirar profundo y agarrar ánimos para seguir hasta el lugar donde se suponía que estaba mi casa. La llamaba. Me contestaban personas que me pedía auxilio. No podía respirar bien, las fuerzas se me iban, pero seguía porque no reconocía la voz de mi señora. Llegando a la casa, de la cual solo seguía en pie un pequeño cuarto, el de los niños, traté de gritar su nombre, pero ya ni voz me quedaba en ese instante, pero al parecer ella sí me escuchó y me respondió algo fatigada, casi inconciente. Estaba entre los escombros, encima tenía un grueso tronco de madera, que coloqué artesanalmente para hacer más resistente mi techo. Cómo pudo haber resistido a tal impacto, pensaba, hasta ahora me sorprendo, pero siempre supe que ella era una mujer fuerte. Me dijo que no trate de rescatarla, que vaya con los niños, pues eran lo que más le importaba. Me rehusé a dejarla ahí sola y pedí con desesperación que alguien me ayude. Le dije que no desperdicie aliento, que de esto se iba a salvar. Me hizo prometerle que pase lo que pase, cuide como un tesoro a nuestros hijos, como si ella misma los cuidara, que nunca viviera por ellos, que los apoyara en todo y que vele por su bienestar, ella sabía que eran mi adoración, pues nos iba a cuidar desde el cielo. No supe que decirle en eso momentos. Solo atiné a buscar la forma cómo sacarla de ahí. Cuando de pronto, sentí otro ruido, empezó otra vez a temblar la tierra, con la misma intensidad, me caí al suelo, miré hacia donde estaba mi esposa, nunca olvidaré esa escena. A parte de caer los otros troncos de madera del techo, cayó sobre ella la pared de ladrillos que la había salvado hace pocos minutos. Al derrumbarse lo que quedaba de mi casa, vino hacia mí, todo el polvo que había levantado la pared y el techo al caer, empañando mi visión, ahogándome en un grito de desesperación que produje.

La botella de Pisco 7.9, que se pretendió dar a los extranjeros que vinieron a ayudar, creo mucha polémica su creación.


Pensé en quedarme ahí y esperar la muerte, la tierra no dejaba de temblar, parecía una réplica de la anterior, escuchaba hasta los gritos de las personas que estaban en la plaza. No podía creer que había perdido a mi esposa, a pesar que grité su nombre, ya no volví a recibir nunca más una respuesta de ella. Creo que esos gritos, sirvieron para que vengan a salvarme, porque se dieron cuenta de mi presencia en el lugar. Como notaron que podía caminar, me agarrón con fuerza y me sacaron. Llegando a la plaza, con todos los malestares en mi cuerpo y sin ganas de nada, llorando como nunca lo había hecho en mi vida. Se produjo el tercer movimiento en el terreno. La gente se arrodillaba, empezaba a orar, pedían perdón y suplicaban que parase todo este castigo que estaban afrontando. Otros lloraban al no encontrar a sus familiares. Los niños gritaban y sollozaban a más no poder. Recién al ver la cara de desesperación de los pequeños, me acordé de las palabras de mi mujer y corrí en la búsqueda de mis nenes. Para mi suerte, no se habían desplazado del lugar, a pesar que la vecina con las que los dejé, había desaparecido, me dijeron que le agarró el pánico y prefirió dejarlos sin mediar palabra alguna. Ellos solo atinaron a abrazarse y rogar para que los encontrara. Al parecer ambos eran concientes de mi estado calamitoso que llevaba encima, me vieron las huellas que dejaron mis lágrimas. Creo que por eso, no volvieron a preguntar por su mamá. Solo en el entierro, preguntaron si ella los había recordado, les dije sí, ella estará siempre con Uds. cuidándolos. Ambos me demostraron el temple y la personalidad que llevaron consigo, ante tal delicada situación, me sentí muy orgulloso de ellos, pues fueron mi fortaleza en esos momentos.
Pasamos la noche aguantando las demás replicas que se dieron ese día y que continuaron por casi todo un mes. Nadie sabía lo que pasaba, se recuperaban, tomaban fuerzas para rescatar personas, pero venía otro movimiento telúrico a atemorizándolos hasta dejar lo que estaban haciendo, porque sus vidas también corrían riesgo. Incluso ya habían perdido las esperanzas de volver a ver a sus familiares que no lograron escapar de las casas totalmente destruidas. Lo mismo pensé cuando noté que la iglesia estaba derrumbada, solo quedaron en pie las dos torres que tenía a cada lado. Supe en esos momentos, que tampoco vería con vida a mis padres y que solo me quedaba con mis dos pequeños y adorados hijos.
Los días siguientes a la tragedia, fueron muy duros para toda la población. La tarea principal era la de recuperar los cuerpos inertes de los escombros. Se pedía mucha ayuda, nos sentíamos solos en esa labor, las maquinarias pesadas que el gobierno prometió, llegaron a la semana. La ayuda internacional fue la que reaccionó mejor. En esos momentos todos se dieron cuenta que el Perú no estaba preparado para afrontar ésta catástrofe y quedaron en ridículo muchas autoridades pues no supieron cómo solucionar las cosas. Todo era un caos, la gente no tenía los principales productos para su supervivencia. Todo escaseaba, las tiendas al ver que había mucha demanda, vendían los productos al doble costo. Lo mismo sucedía con el agua. Era lamentable ver, cómo las mismas personas se aprovechaban de la necesidad de las personas. No tenía otra opción que comprar cosas sobrevaluadas para poder darles de comer a mis hijos. Lo peor fue, que empezaron a venir varias personas de otras provincias, que aprovechaban la oscuridad de las calles y de la noche, ya que ni teníamos electricidad, a robar y saquear las casas que seguían en pie. Toda la población se encontraba viviendo en carpas que se levantaron en las plazas, formando así, pequeñas aldeas y ni tiempo tenían para revisar que pertenencias habían resistido al sismo. Estos cobardes no les importaba nada, reunidos en grupos de más de 20 personas, arrasaban con todo lo que veían que tenía valor. La policía no podía contener a los asaltantes. Con los vecinos tuvimos que organizarnos y hacer rondas para proteger nuestro barrio de saqueos. Por este motivo y con temor, varias de las personas volvieron a sus derrumbadas viviendas a tratar de arreglarlas un poco y poder vivir, pero al irse de la plaza, no llegaban a tiempo a las reparticiones de víveres que hacían las diferentes organizaciones. La viveza hacia que hasta se hiciera doble cola para así acaparar productos y poder venderlos. Hubo mucha desorganización, caos y descontrol. La ayuda llegaba pero no era suficiente.
Ahora, me doy ánimos para ir como todos los días al cementerio que, desde ese día aumentó su población, dejando copados casi todos los nichos que estaban disponibles, para arreglar la tumba dónde se encuentra mi mujer y las de al costado, en donde se encuentran mis padres. Siempre recuerdo con cariño las vivencias compartidas que pasamos juntos, incluso con mis propias manos, he construido una pequeña capilla con sus respectivas fotos y en donde he puesto diversas imágenes de santos católicos, para que siempre los acompañen en sus eternos descansos. Lo que me extraña y me causa indignación, es que otra vez, como hace un año, están viniendo los políticos de siempre, a tomarse sus fotos respectivas e irse a sus escaños de oro que tienen en el gobierno. Nos prometieron de todo, hasta un bono para construir nuestras viviendas, eso me alegró mucho, hice todos los trámites hasta me entregaron una tarjeta Visa, para cobrar el dicho dinero, cuando llegó al banco con todas las ilusiones a cuestas, pues un día anterior había planeado cómo reconstruir mi casa. Me dicen que no tenía fondos mi cuenta. Reclamé, pero fue en vano, lo mismo le pasaba a la mayoría de personas. Los que llegaban a cobrar algo, les imponían como condición comprar en una sola ferretería, de la cuál, subía al triple los precios de sus productos, con ello, no se podía arreglar nada, la plata era insuficiente. Se creo un ente para planificar las cosas y dirigir los fondos que tenía el Estado para gastar, FORSUR desde el comienzo, no llegó a funcionar nada, el peor error era tener una oficina en Lima, ni siquiera sabían qué necesitábamos. Los periodistas colaboraron en informar y fiscalizar todo lo que pasaba, pues venía ropa que la gente, no solo del Perú, sino de otros países. Se donaban casacas, carpas, etc. Pero cuando esa ayuda se repartía, encontrábamos ropa mal oliente, rota, con hongos, zapatos con huecos en la suela, en otras palabras, inservible e inutilizable. La prensa descubrió que los encargados de los municipios que repartían la ropa, se la llevaban a sus propias casas, para después venderlas al mejor postor, todo era un desastre. Incluso los ómnibus que tenían como destino nuestra ciudad, subieron el precio de sus pasajes, según ellos, porque había mucha demanda. Todos los que tenían familiares aquí, querían saber si aún estaban vivos. Esto causo mucho malestar en la población.
Cuando ya no era de interés nacional lo que nos había pasado, la prensa dejó de venir a apoyarnos, abandonaron la ciudad y esto se quedó desprotegido para que los corruptos hicieran su agosto, con las personas que más necesitaban. Es penoso notar, que los que más ayudaron fueron las personas de otros países, ellos sí se pusieron la mano al hombro y apoyaron mucho en la reconstrucción de las viviendas, pero, claro, no podían quedarse siempre por aquí. Tanto era la desesperación de las personas por tener algo que llevarse a la boca y sobrevivir un día más, que los más pequeños se vieron en la necesidad de ir a pedir limosna a los pasajeros de los buses que venían repletos de gente o que pasaban por las carreteras a otros lugares del sur. Se ingeniaron en acoplar a un palo de escoba un pequeño bolso, para así poder llegar a las altas ventanas de los ómnibus para recaudar plata. Claro, no tardó en hacerse una mafia que tomó la carretera para seguir dando lástima. A pesar de ello, las personas colaboraban. Mis hijos también tuvieron que estar en las carreteras, siempre traían algo de plata y hubo días en que ganaban más que mi trabajo de albañil. Eso no les gustó a los familiares de mi difunta señora, presionándome a dejarlos ir a residir con ellos, ya que allá tendrían un mejor futuro y podían olvidar todo lo que vivieron.
Me costó alejarme de ellos tan repentinamente, me despojaron de los únicos dos seres que me alumbraban la mañana y que me daban las fuerzas necesarias para no dejarme caer, otra vez. Aunque han venido a visitarme un par de veces, no ha cambiado en nada sus sentimientos hacia mi persona. No me miran con resentimiento, son unos chicos estupendos y sé que les ha hecho bien ir a Lima, para tratar de estar bien. Cuando me dicen te extraño mucho, se me rompe el corazón, se me hace difícil respirar normal, pero aguanto las lágrimas, para que no se den cuenta que cada día los añoro más. Me dicen siempre que vaya con ellos a Lima, les digo que no puedo, porque mi destino es quedarme aquí, defendiendo el terreno y la casa que levantaron mis padres, que ahora me toca a mí levantarla. Me miran con orgullo, es ahí cuando aprovecho en decirles, que en diciembre, cuando vengan para navidad, ya habré edificado al menos un cuarto, para que ellos se queden a jugar como siempre futbol con sus amigos. Con esa ilusión encima, vuelven a Lima contentos, pero con la esperanza de que algún día, su viejo padre pueda hacer su casa y vivir por fin con él, como antes lo hacían felices. Esos pequeños hacen cosas imposibles en mí, pues cuando ellos están, dejo mi botella diaria de Pisco y me olvido que me he convertido en su inseparable amigo.

miércoles, 23 de julio de 2008

The Dark Knight

EL JOKER BAJO LA MANGA DE BATMAN


Cuando escuché y leí los comentarios tan buenos que recibía la nueva película del “Caballero de la Noche”, no dudé en ir al cine a verla. Lo primero que me pareció extraño y de muy mal gusto, hasta discriminadoramente, es que casi en todos los cines de Lima, la película está doblada al español. Ya no es fácil encontrar un film subtitulado. Solo los puedes encontrar en cines que se encuentran en distritos económicamente acomodados o en los cines no tan populosos, pero funciones en altas horas de la noche. Lo que da a pensar es que si no estás en esa clase de gente que puede pagar más dinero y vivir por buenos sitios, pues te jodiste, la tendrás que ver doblada, sin gozar de la verdadera calidad de la película. Sé que muchos pensarán que está doblada, pues va dirigida a un público mayoritariamente joven y quizás infantil, pero vamos, no se trata de una trama como Kung Fu Panda o Wall-E, que sí tienen todo el derecho de presentarlas dobladas, hasta hacer marketing con la voz de un conocido conductor de un programa de Cine, que solo se para Escapando de ellos, pero no hace ninguna crítica a las películas, pues las vende como pan caliente. Ya cuando ha pasado la temporada y ya las ha publicitado hasta por gusto, recién dice que no le pareció tan buena, pero en son de broma, pero ya pues, le hiciste caso, fuiste a verla, llevándote un verdadero fiasco de película. La trama no está dirigida para el público infantil, a pesar que sea una adaptación de un Cómics. Ni siquiera en esos cines, llamémoslos “para el pueblo”, se brinda la oportunidad para elegir si quieren verla doblada o subtitulada. Claro, por eso que te cobran un poco menos que los demás, pero con el mismo nombre y prestigio que tienen los Multicines que encuentras por toda la capital. Una verdadera vergüenza.
A pesar que salí a la 1:30 de la madrugada y que duró 150 minutos, la verdad es que, me pareció muy entretenida y a la vez, encontré una historia basada en la historieta, que plantea un héroe más oscuro, solitario y misterioso. Batman, que vuelve hacer interpretado por Christian Bale, regresa a continuar la guerra contra los criminales y la delincuencia organizada que tenía tomada la ciudad de Gotham, proponiéndose acabar con ella, con la ayuda del teniente Jemes Gordon (Gary Oldman) y un nuevo personaje que aparece como un buen aliado, persona confiable y recta para acabar con el crimen, el Fiscal de Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart). Los tres, toman acciones arriesgadas y muy frontales contra estas mafias, dándoles buenos resultados y apresando a la mayoría de ellos. Hasta que se ven sorprendidos por una serie de asesinatos a conocidas autoridades, poniéndolos en aprietos, amenazas de bomba, destrucción de hospitales, secuestros. Solo una mente anárquica intentará apoderarse de la ciudad, el cuál se hace llamar, el Joker (Heath Ledger), un peligroso psicópata que trata de imponer el caos de una forma malévola. Esto fuerza al hombre murciélago, a decidirse entre ser el héroe que todos esperaban o ser un villano del cuál todos temen y odian.

Esta nueva saga de The Dark Knight o El Caballero de la Noche, está basada en uno de los personajes más misteriosos de DC Comics, Batman. Dirigida por Christopher Nolan, que impregan una visión mucho más realista a las actitudes y costumbres del hombre murciégalo. Siendo la secuela da la película que el mismo Nolan dirigió en el 2005, Batman Begins. Curiosamente, aplicarán un método muy vendedor, con resultados positivos. Tendrán una antología animada en DVD, Titulada Batman: Gotham Knight, que estará compuesta por seis cortometrajes cuya acción se ubicará entre los filmes Batman Begins y The Dark Knight. Como lo hace Lucas Films con su taquillera producción, Star Wars. Actúan en esta película, Christian Bale (Batman y Bruce Wayne), Michael Caine (Alfred Pennyworth, mayordomo y amigo de Bruce Wayne), Gary Oldman (James Gordon, teniente de la policía de Gotham City), Aaron Eckhart (Harvet Dent, Fiscal del distrito), Morgan Freeman (Lucius Fox, encargado de las Empresas Wayne), Maggue Gyllenhaal (Rachel Dawes, ayudante del Fiscal) y Heath Ledger (The Joker). Consiguiendo y batiendo todos los récords de taquilla, superando a películas como Star Wars Episodio III: La venganza de los Sith y ganándole a otro super héroe taquillero, Spiderman 3, obteniendo ganancias de 155,3 millones de dólares.

La actuación que se resalta y llega a robarse la película, es del actor australiano, Heath Ladger, fallecido meses antes que se estrene la cinta. Personifica con un estilo muy particular a The Joker (Guasón). Es uno de los archienemigos del Caballero de la Noche, siendo uno de los villanos más influyentes, siniestros y peligrosos en la historia de los Cómics, gozando de un reconocimiento popular. Es un genio criminal retratado como un payaso, pero con personalidad psicópata que no duda en asesinar para lograr sus objetivos o sentirse mejor consigo mismo. Su imagen está inspirada en la película “El hombre que Rie” de Paul Leni, 1928, basada en la novela del mismo nombre de Víctor Hugo, en la que un ladrón deja una carta comodín (Joker, Bufón) en todos sus crímenes. Aunque al comienzo, este villano casi muere en su segunda aparición, sus creadores decidieron salvarle la vida y tenerlo como referente en la vida de Batman. No solo Ledger ha sido el encargado de interpretar al Guasón, sino que también lo hicieron, César Romero, en la serie de televisión Batman, en los años 1960 y el muy reconocido actor, Jack Nicholson, en Batman (1989), del cuál se decía que hasta el momento era la mejor caracterización de éste personaje. Aunque debo añadir, que el Joker de Nicholson era mucho más bromista, más juguetón, más cómico. En cambio el de Ledger, es mucho más psicópata, con tics de por medio. Logrando con su maquillaje una caracterización que lo hace ver mucho más veterano, y con las cicatrices en sus mejillas, que trasmiten temor. Claro, que hay pasajes en dónde no deja de ser bromista, no perdiendo así su esencia. Dicen algunos críticos de cine, que con la actuación de Ledger, se puede ganar el segundo Oscar póstumo en la historia de los premios de la Academia, otros en cambio, ven la película fuera del contenido sentimental o de enseñanza, que pudieron tener, Titanic, El Aviador o Pandillas de New York, que es lo que busca Hollywood, para vender sus grandes producciones y lanzar a sus nuevas figuras al estrellato de la fama. Creo que lo tendría merecido, al menos una nominación, pero quizás la presión de la gente influya en algo para que se galardone a Ledger, convirtiéndolo así en una leyenda para el cine. Lamentablemente, sucede esto, solo cuando te mueres, como el caso de los cantantes, Kurt Cobain, Elvis Presley o John Lennon, espero que no siga estos pasos la cantante Anny Winehouse, aunque no creo que esté muy lejos de lograrlo.
Sí llegan los premios de la Academia y ni siquiera está nominado Ledger, pues aquí, al menos, en este pequeño pero humilde espacio, desde ahora le damos un caluroso reconocimiento por interpretar tan estupendamente a The Joker. Sí hay una tercera versión u otras películas de Batman, se le extrañará al Guasón de Ledger.

jueves, 3 de julio de 2008

Universitario de Deportes Campeón del Torneo Apertura 2008

Dale Alegría… a mi Corazón...!!



Resumen del partido en el cuál se consagró la "U" Campeón del Torneo Apertura del 2008



Debo confesar que hace tiempo que no pensaba asistir al estadio. Cuándo era más joven, iba muy seguido, pues tenía amigos del colegio que también eran hinchas de aquel equipo con camiseta color crema. Incluso, cada uno se identificaba con los jugadores de esa época, comprándose su remera con un número distinto, para que no existiera riñas ni peleas. Hasta nos batíamos en grandes duelos, en una cancha de tierra, que estaba llena de rocas y pequeñas piedras que hacían que el balón diera extraños rebotes y confundiera a todos los jugadores. Con un único objetivo, meter la pelota entre los tres endebles palos de madera, que era el único atractivo de ese campo de juego, contra el grupo de hinchas aliancistas, que también defendían ardorosos su camiseta, todos éramos compañeros del salón de clases. En esas años, de los 90’s, fuimos muy felices, comparados con los del equipo rival, pues la “U”, no paraba de ganar títulos en el ámbito local, pues en la Copa Libertadores ya empezaba a declinar su juego y a pesar que le ponían mucho esfuerzo, éste no alcanzaba para derrotar a esas instituciones que tenían un planteamiento muy definido y un trabajo a largo plazo, lo que no se daba en la tienda crema.



Y así fue creciendo mi fanatismo hacia el equipo que llevaba como único escudo la letra “U”. Hasta que pasaron algunos años y fui creciendo. Por medio de unos amigos, empecé a ir al viejo Estadio Nacional. En esos tiempos, se programaban mucho partidos uno seguido del otro, hasta habían tripletes en ciertas ocasiones. El país aún no contaba con otros estadios para jugar los encuentros del campeonato local, además que la mitad eran equipos de la capital, que no contaban con su propio escenario deportivo, teniendo a la mano un estadio céntrico, le salía más barato para los dirigentes, jugar de preliminar a un equipo llamado grande. Incluso, como tenían un porcentaje de la taquilla, pues les resultaba factible, ya que, sus equipos no contaban con más de 50 aficionados. No era tan mala la idea, pero solo pensaban en no juntar en un mismo día a los hinchas de Universitario con los de Alianza Lima, claro, solo se daba éste acontecimiento en los clásicos. No contando que aquellos denominados “equipos chicos”, como Cristal, Cienciano, Municipal y Boys (los primeros mencionados, iban a escribir momentos de gloria para el fútbol peruano, y los dos últimos, aumentarían sus aficionados, no por ganar grandes cosas, sino más bien por tradición de sus familias o del barrio). Puedan tener una cantidad de seguidores que pueden llenar estadios.



La Trinchera Norte siempre presente apoyando a la "U"




Solía ir a la temida “Trinchera Norte”, claro, acompañado de un grupo de amigos, nos vacilaba todo el entorno, nos creíamos invencibles, pues éramos capaces de todo por ayudar a ganar a nuestro equipo, desde la tribuna. Siempre nos pedían saber todas las canciones, con el corazón en la mano y saltando, nos hacíamos sentir en el estadio. Era una sensación increíble, pues alentábamos sin cesar al equipo de nuestros amores, a tener un resultado contundente y victorioso. Cuando las cosas no salían bien, el ambiente se enrarecía, empezaban los pleitos, se empujaban unos a otros. Incluso fuera del estadio, algunos grupos asaltaban a las personas que tenían la desdicha de cruzarse, ese día, en su camino. Mis amigos, iban siempre a las reuniones que hacia la barra para que les vendan las entradas a mitad de precio (después de tiempo, me enteré que la misma institución les entregaba gratis los boletos para que lleven gente a alentar, pero claro, los cabecillas de cada grupo, las vendían a mitad de precio, teniendo ahí su negocio y su forma de existir en la sociedad. Ahora entiendo por qué se peleaban tanto por tener el liderazgo de la barra). Es por eso, que dejaron de ir familias enteras al estado, las barras crecieron, todo era vandalismo, no se respetaba a nadie, menos al rival, a ellos había que exterminarlos.



Eso me alejó de la barra Norte, me esmeré para juntar un poco más de plata y me fui a la Tribuna Oriente, la más añeja de Universitario. La gente era más calmada, no te exigían saber todos los cánticos posibles y ahí si te nace apoyar, pues apoyas, sin recibir amenaza alguna. Pero, a pesar de que todo iba bien, noté que el campeonato local estaba decayendo en su calidad. Los equipos peruanos solo reinaban en nuestro territorio, podían ganar todo, tener las mejores hinchadas, pero cuando iban a jugar a otros lugares de Sudamérica, regresaban con las cabezas agachadas, no solo pasaba eso en los clubes, sino también en la selección. Teniendo que recordar siempre aquél cántico de los años 80’s, “Perú campeón… es el grito que repite la afición” o viendo hasta la hartazgo los goles de “Cachito” Ramírez, en la Bombonera, en los años 70’s.
Esos fueron los motivos fundamentales por los cuales me fui, poco a poco, separando del ambiente de las tribunas, desde el año 1999, cuando salió bicampeón Universitario. Ni la construcción espectacular del nuevo y moderno estadio de la “U”, el “Monumental”, me hizo regresar a las gradas. Salió Tricampeón, al siguiente año, pero, de ahí, entró en una seguía de títulos, pero aún así, hasta ahora, no le pueden quitar el calificativo del “equipo más ganador en el Perú” (digo bien, pues es el que más títulos locales ha conseguido, no es así, si hablamos de títulos internacionales). Incluso, ni clasificaba a la Copa Libertadores, pues aquellos equipos que antes eran llamados “chicos”, crecieron y desplazaron en el juego al tan querido equipo crema, haciéndolo cada vez más un equipo de compañía o de media tabla. Ya ni la garra, esa característica tan famosa que lo hizo Subcampeón de la Libertadores, en el año 1972 existía, a los jugadores les pesaba la camiseta, sentían presión, para colmo se contrataba mal a los extranjeros, ni los ídolos merengues que quedaban en esos tiempos, podían salvar al equipo.



El equipo Crema, que en todo el Apertura solo empetó un partido de local, los demás lo ganó y esa noche no fue la excepción.




Notaba que el equipo no andaba bien, solo tuvo un pequeño esplendor en el año 2002, al ganar el Torneo Apertura, pero no pudo clasificar ni ganar el campeonato nacional. Ahora, después de 6 largos años, sin gozar de un título, aquél equipo de la “U”, vuelve a estar en boca de todos, no porque tenga un papel vergonzoso en el campeonato, sino porque está en la cima de la tabla y jugando mejor que sus rivales, con ventaja de 7 puntos de Cristal y de 20, de Alianza. Con la posibilidad de salir campeón ante su gente y en su estadio lleno de hinchas cremas, con ansias de sentirse campeones.



Siempre es bueno tener ese tipo de alegrías en el alma, claro que no cambia de manera extraordinaria tu vida, pero por un momento de hace olvidar todas tus dificultades que enfrentas en esos instantes, añorando ver una luz al final del camino. Me hallaba ante tal incertidumbre y quería olvidar todo. Regresando a las tribunas para alentar al equipo de mis amores. Era una decisión que me costó mucho, pues, no había ido al “Monumental” anteriormente, y ahora estaba solitario, sentado en el micro, que pasaba cerca de aquel escenario. La sensación fue primero de admiración, ante tal obra arquitectónica y segundo, de sentirme orgulloso de poder asistir a mi hogar, que por años deje de visitar. A pesar que caminaba solo por las diez cuadras que separaban el paradero, en donde me dejó el microbús, del estadio, veía que a mí alrededor, la gente que caminaba apresurada y otra calmada, pero que tenían el mismo destino, ir al Monumental.



Personas de todo tipo de razas, que venían de diferentes partes de Lima, algunos iban con sus remeras de barristas que se identifican por distritos y otros con su camiseta original o “bamba”, pero eso no importaba, total, iban de crema. Se confundían, en ese mar de multitud que llenaba de tope a tope esas diez cuadras, individuos de distintos niveles socioeconómicos, algunos llevaban a su familia entera. Notaba entusiasmado, al padre que le compraba una chompa a su criatura o una gorra y éste, se la ponía con toda la ilusión del mundo. Me quedé pensando que en el futuro, cuando tenga mi propio hijo repetiré esa misma escena. Pero, lo que me llamó bastante la atención (lo cuál era algo lógico), era ver una muy buena cantidad de féminas, con sus camisetas cremas, en grupo o acompañadas de algún hombre. Algunas demostraban la belleza de la mujer que era hincha de la “U”, cuándo veía pasar a una, recordaba mucho ese cántico de años atrás, que entonaban en la Trinchera Norte, cuando se deleitaban al ver contornearse una linda chica: “ése culo… es crema”.



Ya dentro del escenario, las tribunas se teñían de un solo color en sus cuatro lados, ese era el crema. Cada persona tenía una especie de bolsa en forma de tubo, que al llenarla de aire se transformaba en un globo. Los lanzaba cuándo salía el equipo a la cancha. Volví a encontrarme con la histórica barra en la tribuna de Oriente, ya no reconocí a los personajes que antes pululaban por el Estadio Nacional, sino que había más jóvenes que de costumbre. Pero ahora, ya no me encontraba con la misma disposición de saltar todo el partido, de gritar todos los 90 minutos que duraba, hasta quedarme completamente sin voz.


Vista desde la Tribuna Oriente, dando la vuelta olímpica celebrando el campeonato

Creo que al pasar los años, uno se va dando cuenta que puede ser un aficionado al fútbol y no un hincha irreverente que no entendía de razones ni circunstancias, sufriendo por su equipo, como antes lo era. Esos tiempos ya pasaron por eso, respetando mis ideales, me busqué un asiento para disfrutar el partido, alejado de la barra. Y lo llegué hacer apreciando el encuentro sentado y cuándo era hora de alentar, pues uno gritaba a todo pulmón. Me impresionaba ver el estado lleno, con gente que quería ver a su equipo dar la vuelta olímpica, tan anhelada por años. Era todo un espectáculo, sacaban sus cámaras fotográficas, retratándose con el fondo de la aún temida barra de la “Trinchera Norte” o el campo de juego, todos orgullosos de ser hinchas Cremas. En pocas palabras se vivía una fiesta en las tribunas. Me sentía en familia, claro que también aproveché para captar en mi celular algunos recuerdos de aquella visita al hermoso estadio que tiene la “U”. A pesar que el equipo de Cienciano, nos hizo pasar un sobresalto a todos los presentes, el equipo Crema, se supo imponer en su juego y acabó triunfando por el marcador de 3 a 1, para felicidad y el festejo de toda la hinchada.



Otra vez, pude tener la dicha de observar en directo, desde el mismo escenario deportivo, la vuelta olímpica del equipo del cuál me hice hincha hace más de dos décadas y que lo acompaño desde siempre. Es el título número 25 en la historia del club, pero tengo que tener presente que aún falta otro torneo el Clausura y luchar por el campeonato Nacional. Se nos viene la Sudamericana, la Libertadores para el 2009. Espero de corazón, que se llegué muy lejos en ambos torneos internacionales y que la “U”, recuperé su nombre y prestigio, que antes se le tenía a bien reconocido. No solo en el ámbito local, sino afuera también. Quizás éste sea un buen comienzo de la recuperación, no solo del equipo crema, sino del fútbol peruano, que tanto necesitados. Salí de lo más contento del estadio, ni siquiera me importó caminar más de 20 cuadras para encontrar mi micro, ni estar cansado, ni llegar de madrugada a mi casa con hambre. Volví a tener esa sensación de felicidad, que solo un aficionado del fútbol puede comprender y más sí es hincha Crema. No creo que éste haya sido mi último encuentro con las tribunas, ni tampoco espero que sea el último título de la “U”, pero lo que sí tengo presente es que éste sentimiento que me mantiene unido al equipo sigue intacto y que a pesar de los años y de las circunstancias, no cambiará nunca. Ese mismo sentimiento, hoy me permite decir: ¡Dale “U” Campeón!